Cali, Distrito de Aguablanca, Barrio la Paz. 26 de Mayo – ¡¡¡Barrio, barrio, fuerza – fuerza, por mi barrio, por mi abuela… Liberar la madre tierra!!!

¡Hay que liberaaaaar, hay que liberaaaar! ¡Hay que liberar madre tierra, hay que liberar!

Así reciben los parches a la Segunda Marcha de la Comida por el sector La Paz, en el Distrito de Aguablanca, zona oriente de Cali: reconocida por recibir a quienes llegan de los ríos y las costas del Pacífico, y un lugar que se distingue por ser blanco de injusticias y de olvidos institucionales.

¡¡¡El sol nace por el oriente, por eso somos calentura!!!, dice una parcera al describir su territorio. Así fue todo. El sol en pleno se asomó desde temprano y nos acompañó toda esta vibrante jornada, alimentando la semillita de esta juntanza en construcción; brillante, aletoso como es debido. Rodaron entonces las bicicletas, convocadas por la comida que da fuerza y aliento. Una bici-bienvenida se juntó con las tres chivas que entraban al territorio, cargadas de pueblo Nasa liberador del Cauca y de semillas milenarias de lucha y dignidad. Y así, en el recorrido alegre y bulloso entre los barrios, pedaliando suavecito, los parches les mostraron a las liberadoras y liberadores un poco de lo que en el Distri llaman, “El Pedazo”.

Poniendo el canto y la atención sobre los territorios que tenemos que reconocer y defender, surge el deber de homenajear a las lagunas. Ellas no solo “evitan inundaciones” en la urbe, son la sala cuna de la vida del río Cauca, que proyectos del gobierno como el Plan Jarillón, quieren reducir a escenario turístico y de puertos fluviales para llenar los bolsillos de los privados, a costa también del despojo de los habitantes que llevan décadas sembrando vida al lado de sus orillas.

En el parque de La Paz, disminuido por la política del arrinconamiento, el desplazamiento y el despojo, la gente despierta la memoria y se reúne en torno al fogón, la comida, la palabra y el disfrute que representa vivir en resistencia. La construcción de torres de edificios, no solo va en contravía de la vida digna de los habitantes del sector La paz, sino también en contra de quienes padecen la violencia estructural del Estado: en un apartamento de 46 m², mejor dicho, una cajita de fósforos, se somete a familias numerosas a acomodarse como puedan. Personas que anteriormente vivían en comunidades con fuertes y violentas disputas territoriales, eso que llaman “fronteras imaginarias”, hoy tienen que habitar un mismo sitio, en completo hacinamiento y con mucha más violencia, sin acompañamiento de institución estatal alguna, sin respuesta a las exigencias y ninguneadas por las élites que desearían, producto de sus mentes retorcidas, que nos matemos entre nosotrxs. Por esta razón llega la Marcha de la Comida a este lugar, para compartir con las personas que resisten con dignidad en esta parte de la ciudad, para compartir experiencias de organización y como una muestra de que no estamos solxs, como muestra de que otro mundo es posible.

La huerta comunitaria que recibe el recorrido nos invita a la pregunta importante, ¿cómo liberar Uma Kiwe? Ahí está el barrio despierto, las y los que piensan que otro mundo es posible, que pa’ volver realidad los sueños nos juntamos. Sector La Paz, territorio fértil para la comida sabrosa y limpia: huertas que crecen rompiendo el cemento, planticas energéticas en la misma vibración de niñas y niños de alegre andar, de sonrisa destellante.

Escuchamos los tambores africanos en armonía con las Kuvy Nasa, esas flautas que producen unos sonidos que recuerdan los orígenes de cada pueblo. Fueron las niñas y los niños quienes nos corroboraron, con esa facilidad con la que se juntan para jugar, que es una mentira la que nos separa: que la junta es necesaria. SOMOS MINGA, SOMOS PUEBLO.

Nos unificamos, la mística de la comida hace que las almas destellen su bondad al dar y recibir. La tierra ha derramado sangre y ante eso sus frutos reclaman soberanía: cultivar nuestra propia comida y caminar en armonía con el todo. Vamos entendiendo que venimos del campo y hacia allá nos dirigimos siempre, pese al cemento.

Tanta emoción hace soñar, todo es posible. ¿Te imaginás cuántos alimentos cosecharíamos si todas y todos hacemos el ejercicio de sembrar aquellas semillas? ¿Te imaginás un Distrito de Aguablanca con su propia alimentación, que no dependiera de los juegos del hambre de las agremiaciones agroindustriales? Hoy el pueblo Nasa nos invita a seguir siendo tierra fértil, agua pura y aire limpio: condiciones para hacer la gran huerta urbana que en la próxima Marcha de la Comida nos permitirá ofrendar a los pueblos caucanos los frutos de la resistencia en las ciudades. Gran compromiso que el pueblo Nasa merece. ¡DISTRITO DE AGUABLANCA LIBRE CARAJO! ¡El que tenga ojos que observe!

Nos reunimos en el centro del parque pa´ la juntanza. Palabras del territorio reciben la visita Nasa y palabras Nasa le hablan al territorio. Pueblo con pueblo, historias que se hermanan. Sabe cada quien de los muertos, presos, amenazados y desplazados que trae la lucha por la vida y la liberación de la Madre Tierra. Los verdaderos invasores son los que mandaron a teñir del gris de los edificios sobre las únicas zonas verdes del barrio, están en el norte del Cauca y son de un triste verde monocultivo de caña. La gente Nasa proclama un mensaje de despertar, nos invitan a la reflexión, al tejido social, a la autarquía, a la comida del ser y a la medicina natural. No es un plátano que hoy fritás, te comiste y ya, dentro de esa comida que nos traen está la sangre y el sudor derramado para la libertad. El the’ wala, sabedor y palabrero nasa armoniza a cada persona con plantas y palabras dulces, palabras que invitan a la reflexión y hacen soñar una vida bonita, sencilla.

El almuercito cocinado con muchas manos dedicadas, nos prepara para la magia de la Marcha. De esas chivas que se estallaban de comida, los Nasas empiezan a bajar bulticos: muuuuuuchísima comida. Reconocer la chagra, la huerta, el tul, el yatul, la milpa como convergencia de la esencia, hace brotar la relación con la madre tierra y los hijos e hijas que de ella somos. Y brota la yuca, el frijol guandul, el maíz, la arracacha, platanito, banano, malanga, arveja, pimentón, cebolla, sidra, orégano, tomillo florecido como nunca habíamos visto en estas tierras de ciudad. Desfilan tomates, achiote, papita, café, quinua, panela, naranja, limón, mandarina, mango, ulluco, habichuela, zapallo, victoria, zanahoria, repollo, y sale más y más y más comida. Desde lo más profundo del ser de una Doña de otro barrio del Distrito, salen lágrimas de felicidad, dice que esto la llena de fuerza pa´ seguir con la lucha y no olvidar de dónde viene.

La comida que proveniente de territorios liberados se dispone alrededor de un gran fuego que combina con el día calenturiento en el oriente; la gente se pone en torno a la comida, muchos no lo creen. Los corazones se ponen como mandarinas. Unas señoras conversan. “¿Gente indígena en chivas repartiendo comida? Eso yo nunca lo había visto!”. A otro vecino se le escucha decir “que muchas gracias a todas y a todos los que un día decidieron sembrar con pasión un sueño de libertad”. ¡Es que la comida no nace de los supermercados! Nace de esas manos campesinas e indígenas, brota de Uma Kiwe que es quien hoy nos junta. Otra doña nos dice que hoy se escribió una historia que deja enseñanzas en el corazón, en la mente y en la piel, porque lo que se comparte, se comparte desde las entrañas del ser. Otro mayor sale con que hoy compartimos historias, comida, vida y nos hermanamos en los problemas, pero también en las alegrías. Aquí una vez amaneció en un día totalmente oscuro producto de una sombra llamada ESMAD, ocupando todas las calles, ese mal que compartimos y que es el brazo armado del Estado opresor que nos llama invasores para justificar sus ataques violentos. Pero hoy nos visten los colores de la libertad y eso también lo compartimos, y con esos colores y las manos de toda la gente, se terminó de hacer el trapo que el Distrito entrega a la Liberación de la Madre tierra, que sale de entender la lucha de la que viene la comida y que contiene el mensaje del compromiso: Liberar el barrio para liberar la madre tierra.

Aquí ponen su palabra muchas gentes. Acá habla un Distrito de Aguablanca ingobernable, indomable. Porque sus proyectos de progreso, desarrollo y destrucción no caben en nuestra gran juntanza de vida apasionada, en este fuego que somos de Cali-calentura, una ciudad que no quiere mirar pa´ acá. Y con esa calentura le dijimos a los y las guerreras milenarias del Cauca: “Graaaaacias, Cauca, muchas graaaaaaciaaaaas!! Graaaaacias, Cauca, muchas graaaaaaciaaaaas!!” Así se escuchaba el canto popular en el techo de la chiva que saltaba de emoción, para luego darnos los abrazos de juntanza y compromiso con la lucha de los pueblos, de compartir y de dignidad comunitaria. Porque como se dice en el pedazo: A la hora 30, palabras sobran.

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