Cuidandero de Uma kiwe

Dicen que la Amazonía es una selva cultivada: exacto, por los indios amazónicos. Como quien dice, la humanidad no es la chanda que se sospecha sino que puede ser la cuidandera de Uma Kiwe. Dicen que los cazadores artesanales del Yukón ayudan a mantener el equilibrio al cazar los animales más débiles (los más desprevenidos). O sea que los seres humanos pueden ser parte íntima del equilibrio natural. Dicen y siguen diciendo que los kogui, el pueblo de Sierra Nevada de Santa Marta, es el guardián del equilibrio del Cosmos. Lo mismo se dice del pueblo kuna-tule de Colombia y Panamá. Mejor dicho, el ser humano puede hacer parte íntima del ‘orden cósmico’.

“Ah, pero esas son historias pasadas, de eso ya no se ve”, dirán los escépticos o analistas, que llaman. ¿Que no? Gente así es lo que hay. Lo que pasa es que no los vemos o no los queremos ver. Ahora verán.

Diego Serna es, como dice él mismo, un chirrincho (aguardiente artesanal) en una botella de wiski. Nació como mestizo, una mezcla a estas alturas indefinida entre indio y blanco, entre blanco e india. A quién le interesa. De un momento a otro, el alma de la Madre Tierra, Uma Kiwe, que todos llevamos en la nuestra, le habló y empezó a tejerlo a su imagen y semejanza: se volvió nasa, se hizo indio, lo que equivale a decir que conectó con el corazón de Uma Kiwe. Lo demás son cascaritas. Para decirlo con más precisión: pedir más son pendejadas.

Como buen nasa es travieso. Siendo joven encontró una rama de café con una extraña curvatura. “Si lo hace la naturaleza puedo hacerlo yo”, se dijo. Empezó torciendo los árboles de café del abuelo, que rabiaba detrás del nieto para “corregirlo”. Se fue al eje cafetero a ganarse la vida. Allá, el día de descanso, se iba al cafetal a torcer matas. “Para qué hacés eso”, le preguntaban los amigos. “Me gusta”, respondía evasivo. Con el tiempo empezó a torcer guaduas y fue así como se convirtió en el Gran Torcedor. Su parcela está adornada por esculturas naturales hechas en guadua viva, moldeadas al antojo mutuo entre la mata y él en las formas que a los dos se les da la gana. “Nos queremos tanto que no nos hacemos daño”, dice Diego mientras acaricia una hoja caulinar llena de pelusa.

Pero su parcela no se llama las guaduas torcidas sino El bosque mágico. Además de las esculturas está cultivando un bosque. Cuando cumplió 18 años se propuso sembrar un árbol cada año. Después aprendió que su bosque podía ser el hogar del espíritu de personas que han fallecido o de hechos acontecidos. “Este árbol es Celia Cruz”, dice al pasar por el sendero que ha organizado en medio del bosque. “Esta mata de guadua es el padre Álvaro Ulcué y así como crecen las matas crecen sus ideas”. Rafael Orozco, cantante de vallenatos, Juan Pablo II, la masacre del Nilo (20 indígenas nasa fueron asesinados por la policía el 16 de diciembre de 1991)… Así, hay una sucesión de personajes y hechos que conviven con vida propia, así los trata él, como seres que perviven a través de los árboles. Y los saluda al pasar.

El bosque fue antiguamente un cafetal, así se rebuscaba el sustento de la familia. Con el tiempo comprendió que había hecho mucho daño ecológico y decidió acabar con el cafetal. Aprendió a rebuscarse de otra manera y dejó enmontar la finca. El monte sigue creciendo. Al tiempo, siembra árboles al ritmo de los personajes fallecidos o de los acontecimientos y ha permitido que otras personas planten un árbol en recuerdo o representación de un ser querido (o aunque no sea querido). Gracias al monte, en la parte baja de la finca resurgió un hilo de agua que pega loma abajo, haciendo el bien sin mirar a quien.

“La gente me dice que esta es una finca improductiva, pero yo digo que no: produce aire para todos, agua para todos”. Y sobre todo, aquí convive mucha gente que mientras caminaba por la tierra ni se conocía. Ahora que pueden moverse a la velocidad del viento –o de la luz– hacen amistad y obran vida en un pequeño terruño de Mama Kiwe.

¿Ven? Diego es como un cultivador de la Amazonía, como un sostenedor del equilibrio cósmico: un tule, un nasa, un amazónico (y sería un cazador pero esto no es el Yukón). El ser humano no es la chanda que se supone que somos. Si Saramago conociera estos otros seres humanos, tendría que repensar Caín, ese libro maravilloso en que encara al Dios del Antiguo Testamento y en el que Caín se vuelve un héroe que se parrandea el proyecto humanista de Dios (en la dispendiosa arca de Noé solo se salvaron los animales; por los demás pregúntenle a Caín). La chanda es el capitalismo, no el ser humano, compañero. Y por supuesto, con el capitalismo lo religioso que lo fundamenta.

Como José Diego, hay que ponerse en el camino para des-chandarse. Y sino que vuelva Caín (de Saramago).