Segunda Marcha de la Comida: Un golazo de la Madre Tierra
Por Minga de comunicación.
Finca la emperatriz. 24 de junio de 2019.
Liberamos para que quepamos todos los seres, esta frase sí que pega.
Esta mañana, todo empieza con un guatín que cruza corriendo el camino que lleva a la cocina. A esta hora, uno siempre se lo cruza; es el vecino. Llegó hace poquito y se amañó por acá, el compadre: el lugar es fresquito desde que empezó a crecer el monte, y que la quebrada cogió fuerza. Uno va siguiendo, sonriendo por dentro de que se vuelva a poblar este pedacito; saluda las vacas, los terneritos. Los perros son los que nos acogen en la cocina.
Ahora, costal al hombro, al llegar al sembrado de maíz, salen volando una montonera bonita de loras, saludándonos con su bulla alegre. Les gustó el choclo, parece. Ahí dejaron la huellas de sus picos en las mazorcas más altas. Otras son el escenario de un festín de hormigas y otros insectos. Hay infinidad de seres por ahí, andando, comiendo, tejiendo, sembrándose libremente y alegremente. Mientras echamos en el costal las numerosas y gordotas mazorcas que nos dejaron, la sonrisa adentro se va ampliando. Liberamos para compartir la comida, otra frase pegajosa.
Otra vez vuelta a la cocina. Vamos echando chistes alrededor del molino. Hoy es día de envueltos: nuestra manera golosa de celebrar la cosecha. Y caemos en cuenta: hace un mes, en este mismo lugar parqueaban seis chivas, mucha gente y revuelto, alistándose para la segunda Marcha de la Comida, rumbo a cuatro ciudades de Colombia para ir a compartir con la gente de procesos de base la cosecha liberada. En el olor de la candela, y al ritmo de la molida, los pensamientos van vagabundeando; y vuelven las imágenes de esta segunda Marcha de la comida.
Sancocho de recuerdos
Las chivas que andan ruidosas y alegres en todos los rincones de los barrios de las ciudades,
las miradas de la gente al verlas andar, el asombro y la sonrisa en las caras,
estos tejidos musicales entre quenas, bambuco caucano, tambores africanos, canciones paisas,
la siembra con muchas manos en la madrugada en el barrio San José de Manizales,
los plátanos, yucas, maíz y demás que protagonizan el encuentro,
las lagrimas de alegría de una mujer al recibir la comida,
la luz mágica del sol cayendo en el ritual de agradecimiento a la tierra orientado por la mayora muisca en el bosque mágico del alto Fucha en Bogotá,
estas danzas que entretejen los pueblos desde el ritmo de la Tierra,
el canto de los niños del barrio La paz en el calor de los tambores y del sol caleño,
el desayuno de frutas en la galería de Manizales y la palabra liberadora sonando por todos los megáfonos del mercado,
la caravana de bicis juntándose a las chivas en Cali,
la marcha y el bullicio por la plaza del 20 de julio en Bakatá,
este sancocho entre manos multicolores en el barrio Bello Oriente de Medellín…
Las imágenes se mezclan en una salsa sabrosa para la memoria. Uno se queda como ebrio. Un poco confundido, igual. Echémonos agua fresca un momentico en la cara. ¿Que nos quedó de esta marcha?
Liberamos para que vuelva la abundancia
“No pensaba que un plátano podía convocar tanta gente!” dice una liberadora asombrada. Y es verdad: donde llega el revuelto, el escándalo es grande. Gente amontonándose alrededor de los racimos, niños corriendo a buscar chuspas para empacar su pucho de comida, bulla alegre e impaciente.“Parece navidad y la fila para ver el Papa Noel” sigue la compañera en una risa. “Acá, el plátano está a 800 pesos la unidad. Es muy bonito ver toda esta comida” dice una señora toda emocionada con su chuspa llena. “Gracias Cauca” gritan los niños del barrio La paz bailando encima de las chivas.
En el barrio Bello Oriente, una mujer se enfada alegándole a los que no respetan la fila. Nos quedamos boca abierta. Y nos acordamos de la lora. Es claro que el capitalismo, acabando con la lógica de abundancia infinita de la vida, crea hambre, crea necesidad. Y ahí lo vemos, sí hay hambre, no hay alegría, no hay capacidad de compartir. Y se mata a la lora que come el choclo, se pisotea el vecino que está en la fila, se maldice a las hormigas. Para nosotros y nosotras, regalar la comida liberada es volver a crear la espiral creciente del dar, a creer en la reproducción infinita de la vida, a la abundancia de la Madre Tierra. Y entonces poder volver a la hermandad.“Más la ciudad crece, más crece la soledad. Lo que pasa hoy nos devuelve el sentir comunitario”. El abuelo paisa no puede creerlo. “Yo nunca había visto eso” como un eco, resuena la palabra de una señora en Bogotá.
“Te regalo estas semillas de zapallo, para que las siembres -el mayor liberador tiene la mirada y la palabra firmes- en estas semillas está nuestra lucha, las sangre de los hermanos que cayeron, y las alegrías compartidas”. Con la comida, es mucho más lo que se regala. Es el compromiso que tenemos con la vida, es el sentir de la lucha. Es una promesa de seguir tejiéndonos. Es una invitación a sembrar y a multiplicar la semilla. Una invitación que viene para nosotras y nosotros también, porque aunque fue con harto cariño, el revuelto fue poco. Nos desafía la ampliación de la siembra.
Liberamos desde los rincones que el capitalismo nos asignó
Las chivas no pudieron llegar hasta el barrio Bello Oriente de Medellín, tocó seguir caminando; tampoco hasta la comunidad de Puerto Valdivia, no dejó la fuerza armada; las chivas hicieron fuerza para llegar al Rincón del Valle en Bogotá, al barrio San José en Manizales, y en la comuna 18 de Cali. En Cali, Bogotá, Medellín, Manizales, llegamos a los cerros más alto, a las orillas de las ciudades, ahí donde se terminan los acueductos, las rutas de bus, y también el cemento. Ahí donde están las “invasiones”, los “desconectados”, los “desplazados”.
“¿Y pa’ que nos traen a estos rincones?” pregunta un compañero desubicado…
Los palabreos se hacen eco de un barrio al otro, de una ciudad a la otra. Se cuentan y se repiten historias de desplazamiento por el conflicto armado, de despojos violentos por el Esmad, hipocresía de las alcaldías regalando migajas y apartamentos en edificios-gallineros, últimos cuadritos verdes amenazados por el cemento, comunidades despreciadas, violentadas. Se cuentan y se repiten las luchas para defender los territorios, las mingas para hermanarse, el calor del pueblo. Y las matas de plátanos que se erigen en todos estos barrios, como trofeos de la batallas libradas, son las huellas concretas de que le vamos ganando terreno al monstruo. Plata no hay, plátano sí hay. La Marcha de la Comida es sencilla.
“¿Y pa’ que nos traen a estos rincones?” vuelve a preguntar.
La respuesta ahora es más que clara. Nosotros y nosotras, los y las arrinconadas del Norte del Cauca compartimos con los y las arrinconadas de las ciudades. Ahí donde los proyectos urbanísticos, desarrollistas quieren seguir despojándonos, sometiéndonos, y esclavizando a la Madre Tierra. Lo que hemos entendido es que es ahí donde se le hace frente al Monstruo, este monstruo sin rostro que crece cada día más y más, ansioso de su codicia, repleto de cemento y miseria. Este monstruo, arrinconándonos y desconectándonos lejos de sus centros nos regala sin querer la posibilidad de liberarnos de él. De organizarnos de otra forma, de recrear comunidad, de defender los territorios y los seres que todavía laten por ahí. Desde los rincones que el capitalismo nos asignó, vamos liberándonos y liberándola del cáncer desarrollista.
No vimos los centros, pero nos vimos las caras. Y podemos decir con certeza: eso no es poca cosa.
Liberamos en minga de muchos seres
Ya lo hemos dicho, la liberación es una lucha nasa pero no solo para nasas. Y con esta segunda Marcha de la comida, no es palabra en vano. “Las semillas son tan diversas como los pueblos que las cuidamos” dijo una compañera en Medellin. Y nos miramos en los ojos, y vimos que así era.
En esta Marcha juntamos manos de todos los colores para pelar plátano y yuca.
Sonaron instrumentos de todos los horizontes para alegrar los espíritus.
Se compartieron recetas de todos los sabores para llenar las barrigas.
Se juntaron espiritualidades de muchos nombres para armonizar, para ofrendar.
Las y los que frentearon la Marcha en las ciudades fueron muchos jóvenes, mujeres sobre todo, parches estudiantiles. Gente bonita que anda haciendo procesos en los barrios hace años atrás y que, aceptando el reto de la Liberación de la Madre Tierra, se echó a caminar detrás de este sueño, dejándose desalambrar en sus maneras de pensar, de sentir, de organizarse, de comunicar. A ellas y ellos se sumaron madres, padres, niños y niñas de muchos horizontes; músicos, raperxs, activistas y ecologistas de largo recorrido; cocinerxs de recetas propias, jardinerxs del cemento, academicxs que agrietan el pensamiento occidental… Sin olvidar las abejas, vacas, perros, insectos… Y la loras… Y las planticas, las piedras que acogieron los fuegos, los espiritus…
Las palabras se quedan cortas para dar las gracias a todos estos seres que caminaron la Marcha de la Comida. La trocha está abierta, seguimos junticos.
Somos la ofensiva desde abajo: muchos colibríes apagando el incendio.
“Ole pero, no se emocionen tanto, bájenle un poquito -reniega Ramón el Renegón- esta vaina de la Marcha de la comida, es ridículo. Ustedes se enloquecieron o qué. ¿Usté cree que yo voy a ser tan pendejo de ir a regalar comida a gente que ni conozco? No me crea tan pendejo.”
Nunca faltan las críticas.
“¿Cuál es el sentido, la apuesta política, los “objetivos” de tal acción, el impacto social concreto?”, pregunta otra gente. “Eh, no es un poco paternalista lo que están haciendo?”. Jum, ‘paternalismo’ indígena, acá tenemos un oxímoron creativo, una contradicción en los términos, que llaman.
Menos mal contesta Luna, echándonos el cuento del colibrí que gota a gota en su pico chiquito anda apagando el incendio que está acabando con un bosque. Los demás animales, burlones, lo miran de pa’bajo: “iluso”. Al colibrí no le importa, “estoy haciendo mi parte”, dice. La liberación también hace la suya. ¿Quiénes más?
Esta segunda Marcha de la Comida nos deja claro que colibríes hay mucho más. Que la liberación hace parte de una ofensiva desde abajo que va cogiendo fuerza. Que recupera fábricas, semillas, idiomas, tierras; que siembra en las grietas del cemento, defiende con verraquera las cuencas esclavizadas por las represas o los proyectos urbanísticos, se desconecta de las redes desarrollistas, se junta sin programa político. Esta ofensiva huele a Tierra y fluye con el agua, prende candela para conectarse al fuego y cocinar sancochos comunitarios, siembra en botellas, parques, latifundios, junta las manos las unas en las otras, toca música para alegrar los espíritus, recrea comunidad donde el capitalismo puso su veneno individualista, vive libre y contenta. Esta ofensiva se niega a someterse a la lógica de los proyectos, desplazarse en edificios grises, apretarse en corbatas, acomodarse con sueldos, primas, lujos y demás. Esta ofensiva luce todas las pieles y se pinta el corazón color Tierra. Y claro, ahí está el asunto, esta ofensiva desde abajo, es nuestra Madre que nos la insufla, que nos la pone en las venas, pues.
La Madre Tierra es la que nos junta
Con esta Marcha, la Madre Tierra usó de sus manías pa’ juntarnos a sus hijos y hijas. Feministas, anarquistas, comunistas, ecologistas, activistas, y otros -istas, la Madre Tierra nos puso cara a cara, corazón a corazón. Como la Mama que nos quiere a todos y todas así como somos, ella no nos cambia, ella nos junta. Y es escuchándola que vamos construyendo un mismo lenguaje.
Y lo que estamos aprendiendo o más bien re-aprendiendo es sencillo, y a la vez, bien loco. No somos nosotros los humanos que vamos a liberar la Madre Tierra. La Madre Tierra es la que acciona. Es la Madre Tierra quien, liberándose, nos libera. Acabamos con los héroes, los dogmas de papel, las figuras históricas, las candidaturas. Volvemos a caminar siguiendo un libro del tamaño del planeta, que todo lo siente, todo lo resuelve, todo lo cuida.
Con ella aprendemos la alegría en el vuelo de las loras, y la comunidad en el andar terrestre y horizontal de la mata de zapallo; de ella también conocemos la música en el concierto nocturno de los grillotes, la abundancia en la multiplicación de las semillas, y la comunicación en la memoria del agua; es ella todavía que nos muestra la fuerza de lo diverso en ese extraño duo de la vaca y el garrapatero, y la persistencia en la mala yerba abriendo grietas en el cemento.
Las cosquillas en la nariz son las que nos devuelven a hoy. Los envueltos ya están calienticos. Cierra los ojos. Ahí está la vida, entre el sabor dulce del maíz tierno, el olor de la candela, y la calentura de una aguapanela con menta. Las loras, a lo lejos, siguen disfrutando de la sabrosura del choclo, burlándose del espanta-pájaros disfrazado de liberadora.
Liberamos para que quepamos todos los seres.
Y en esta mañana calurosa, es bien claro que eso no es solo un lema. La Marcha sigue sonando adentro en ruidos colores y palabras. Seguimos marchando desde nuestros rincones para inventarnos en comunidad, y liberar la Madre Tierra del Monstruo.
Y a la hora de terminar esta nota, ya llegó la lluvia. Llueve, y, dijo un mayor, el agua que cae son las lagrimas de alegría de la Madre viendo a sus hijos y hijas recordándola, convocándola, creciendo con ella. Regresando a casa.
Weçx yuwe’kwe.