Palabra del proceso de liberación
de la Madre Tierra

La tarde cayendo. Cantos de fiesta y funeral loma arriba. Dentro del ataúd, un compañero. Silbos de pájaros, voces de animalitos en el monte, en el suelo, debajo del suelo. Llantos o risas en los rostros. Dolor y rabia en el corazón. Los bastones de mando empuñados: rebeldes, invencibles. Los nasas jamás serán vencidos. La memoria viva de miles de años. Y en ella, un compromiso:

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No descansaremos hasta Verla en libertad.

En medio de los cantos, las risas, los abrazos, los sollozos, las voces, la rabia contenida, la rebeldía palpitante en nuestras venas…, en medio de todo, su cuerpo retornó al seno de la Madre Tierra. Le habían disparado para que cayera y murió de pie. Le habían disparado para silenciarlo, para oscurecerlo. Los espíritus no duermen: desde lo alto de la loma de El Pílamo hoy alumbra el caminar del pueblo nasa.

¿Lo recuerdan? Guillermo Paví Ramos, indio nasa, joven de 19 años, rebelde, frentero, asesinado el 11 de abril de 2015 por las fuerzas armadas del Estado colombiano; cuál fuerza pública: vigilancia privada de los amos del mundo.

Somos la tierra donde se sembró su ombligo

¿Que quiénes somos? Venimos siendo los hermanos, las hermanas, las amigas, los parceros, los sobrinos, la comunidad, la tierra donde se sembró su ombligo hace 20 años. La continuación de la lucha de Guillermo Hijo, de Guillermo Padre, también asesinado; la familia de los veinte de El Nilo, masacrados: Darío, Ofelia, Carolina, Adán, Edgar, Otoniel, Mariana, Eleuterio, Tiberio, Floresmiro, Mario, María Jesús, Nicolás, Feliciano, Calixto, Julio, José Jairo, Jesús Albeiro, Daniel y Domingo; la parentela de los trece de Gualanday -entre ellos siete kiwe thegna- masacrados, los ocho de San Pedro, masacrados, los cien de El Naya, masacrados, y los cinco de López Adentro, masacrados (…); la familia de Cristóbal, de Marden, de Benjamín, de Álvaro Nasa Pal, asesinados (…); la tribu de Anatolio; la descendencia de cientos de hombres y mujeres que cayeron liberándola, genocidiados; la siembra de Quintín Lame, de Juan Tama, de La Gaitana y sus veinte mil guerreros que enfrentaron la primera arremetida; la prolongación de la remota danza de Uma y Tay en la que se conocieron, se enamoraron y formaron pareja.

Cansadas de recibir coscorrones, ultrajes, basura, migajas venimos siendo las comunidades del pueblo nasa que nos paramos frente a Goliat y le largamos una pedrada en la frente:

Munchique, Huellas, López Adentro y Corinto; asentadas en las fincas de Quitapereza, Los Mangos, La Emperatriz, Canaima I, II y III, La Albania, Quebrada Seca, Miraflores, García Arriba, García Abajo, Caucana, Cultivos, Granadita, Vista Hermosa, San Luis Abajo y las que vienen. Unas de Incauca, otras al servicio de Incauca, la mayor refinería de azúcar de Latinoamérica, según dicen sus dueños.

Somos comunidades del consejo regional indígena del Cauca, CRIC, caminando su plataforma de lucha: liberar la tierra, ampliar el territorio, no pagar terraje…

Volvimos a nuestra tierra, ahora en manos de lugartenientes de la agroindustria y del sistema financiero mundial. Venimos siendo las comunidades en proceso de liberación de la Madre Tierra, Uma Kiwe, y que no descansaremos hasta Verla en libertad.

Y venimos, a 25 años del duro golpe de la masacre de veinte hermanos y hermanas en El Nilo y su siembra en esa tierra liberada, y a dos años de haber ocupado nuevamente estas fincas, a contarles de dónde nace eso de liberar la Madre Tierra, de quiénes, para qué, cómo lo estamos haciendo y qué sigue.

Un poco de historia

Era joven y lloraba en medio de una fiesta. Una fiesta de diciembre, el segundo que celebramos en una aldea de la liberación. Al rato supimos por qué. La aldea, en un recodo del cañaduzal de la hacienda Miraflores, estaba colmada de música, comida, chicha, gente, perritos. Comimos, bebimos, bailamos y nos dimos el feliz año.

Las tierras que hoy ocupamos, las fincas en proceso de liberación, son nuestras. Estamos aquí porque son nuestras. Sino no estaríamos. O es que nos ven cara de qué. Claro que las escrituras figuran a nombre de otros dueños y eso es lo que confunde.

Hace muchos años estos valles eran tierra y hogar de nuestros pueblos que vivían en esta región que hoy se llama suroccidente de lo que hoy se llama Colombia. Vivían a lo bueno, dedicados a comer, beber, mascar, ofrendar, tejer, danzar… Un día de 1535 llegó la Conquista. Una noche nos acostamos nasa y amanecimos “indios”. Empezó la explotación de nuestra tierra, que se convirtió en teatro de operaciones. Desde entonces no tenemos paz ni descanso.

Tres años después, cuando los conquistadores habían sacado las uñas, una mujer muy mujer, La Gaitana, no aguantó más y se levantó en armas para defender la Tierra. Organizó un ejército de 20 mil guardias nasas, yalcones, pijaos, timanaes… y defendió el honor y la tierra de nuestros pueblos, la misma que ahora pisamos, la misma a la que ahora hemos retornado. La guerra de resistencia que ella inició duró 120 años, tal vez la más larga que pueblo alguno haya librado en la historia. La resistencia que ella inició cumple 478 años. Sin paz ni descanso.

Paramos la guerra. No porque hubiera muerto el sueño de defender la Tierra sino porque hubo un cambio de estrategia. Al final de la guerra nuestra vida había cambiado para siempre. Muchos pueblos se unieron y formaron nuestra actual nación nasa. Por allá en 1700, los caciques Juan Tama y Manuel de Quilo y Sicos lograron un acuerdo con el imperio español y desde entonces vivimos apretados en territorios llamados resguardos. Pero vivos y juntos. Los nasas jamás serán vencidos, sentenció Juan Tama. Luego, los resguardos fueron invadidos desde la naciente Colombia, en el siglo diecinueve, y nos volvimos terrajeros, esclavos de terratenientes. Y nos volvimos a levantar al amparo de la voz de Quintín Lame y con la ley bajo el brazo, empezando el siglo veinte. A mitad del siglo, la guerra que desangró a Colombia (la Violencia) nos desplazó de nuestras tierras y llegamos a regiones como El Naya, de donde 50 años más tarde nos volverían a desplazar. El caso es que con la memoria de Quintín, picando y sembrando, recuperamos la tierra antes y después de 1971. Tierra para la gente. Unas 120 mil hectáreas en el Cauca.

A fuerza de memoria y rebeldía volvieron a brotar de los vientres hombres y mujeres libres en nuestros territorios. La libertad viene con la tierra. Escuchando a Nasa Pal nos organizamos en planes de vida, en los que la conciencia crítica nos ayudó a alumbrar el camino por venir, que bien oscuro que sí se presentó. Gente para la tierra.

Ya no fuimos terrajeros, ya no fuimos esclavos al servicio de un terrateniente. Eso logramos. Hasta que el mundo cambió y el neoliberalismo se nos metió por las narices. En 1991 nos dieron la bienvenida al futuro con un pacto político, el segundo desde la Colonia, sellado en la Constitución Política de ese año, y con la masacre, el 16 de diciembre, de nuestros 20 hermanos y hermanas cuyos nombres abren este escrito. La bienvenida al futuro fue eso: el neoliberalismo que vendría a arrasarnos de una vez para siempre. Ahora está claro: un pacto político con el que ganaban ellos, mientras nosotros debíamos contentarnos con el rincón al que nos habían destinado, con las migajas de un Estado que poco a poco iría siendo entregado a los amos del mundo. Con la masacre de los Veinte nos advirtieron lo que sería la vida en adelante. De vuelta al terraje: se rinden o se mueren. ¿Y la larga resistencia de la Gaitana, y la habilidad política de Juan Tama y Manuel de Quilo y Sicos, y el levantamiento de Quintín, y los planes de vida, dónde quedaban? Ninguna de las dos, vivimos porque no nos rendimos.

La fuerza de los planes de vida nos alcanzó para caminar largas zancadas hacia la autonomía. Nos alcanzó hasta para proponer una alternativa que movilizó e inspiró a todo un país. Pues por la misma época en que reclamamos otro mundo “posible y necesario” (2004) pusimos en jaque el tratado comercial con los Estados Unidos, el TLC (2005), nos levantamos por la libertad de la Madre Tierra (2005), visitamos Colombia para decir y escuchar cómo la queremos (2007) y volvimos a visitarla un año después para recuperar la dignidad de los pueblos sin dueños. Pero ese tiempo pasó como un suspiro. Todo aquello fue desmantelado y desde entonces avanzan dos agendas, la institucional y la comunitaria.

Aquí seguimos nuestra agenda con veinte hermanos y hermanas que la encabezan. Van adelante levantando una bandera verde y roja. ¿Los ven? Sabemos andar porque hay compañeros y compañeras que van adelante. Y el sueño sigue intacto: liberar la Tierra del poder que nos invadió un día de 1535 -poder que ahora se ha sofisticado- para vivir con ella danzando, bebiendo, comiendo, mascando, ofrendando, tejiendo… con todos los pueblos del mundo, con todos los seres de la vida. Eso era la vida antes de la Conquista y eso volverá a ser algún día.

Ya va siendo. La Constitución del 91 no nos iba a encandelillar para siempre. Nos frotamos los ojos y, como dijimos, nos levantamos por la libertad de la Madre Tierra entrando en La Emperatriz el 2 de septiembre de 2005, después de 14 años de letargo. Esta finca es emblemática porque desde allí se planeó y desde allí salió el operativo militar que nos quitó a los Veinte. 11 días después, logramos que el gobierno firmara un convenio por 20 mil millones de pesos para compra de tierra. Pero es que son caripelaos, marrulleros, tramposos, morrongos. Incumplieron, como han incumplido otros 1200 acuerdos, según cuentan. Al pueblo nasa, por ejemplo, nos han incumplido, entre decenas, la reparación por la masacre de Veinte, que cumple 25 años.

Esperamos, aprendimos, volvimos.

Al perro no lo capan dos veces. El 14 de diciembre de 2014 un grupo de comuneros y comuneras, sin más título que 476 años de andar arisco y miles de años de memoria silvestre, entramos en cuatro fincas, dos de ellas de Incauca, del magnate que moja unos cuantos renglones en Forbes, la revista donde aparecen los más ricos del mundo, o sea, los que más despojan.

Y así es como llegamos a este cruce de caminos de la historia: Cansadas de recibir coscorrones, ultrajes, basura, migajas somos las comunidades del pueblo nasa que nos paramos frente a Goliat y le largamos una pedrada en la frente. Por primera vez desde la Conquista pasamos a la ofensiva. Y con una honda hecha por nosotros mismos.

La lucha armada, los acuerdos y la maniobra, el aprovechamiento de la ley del Estado, el levantamiento, la organización a partir de la conciencia crítica, juntarnos por otro mundo posible y necesario son las estrategias que nos han sustentado. Son la palabra que nos alimenta. De todas hemos aprendido por montones. Por ellas seguimos diciendo “presente” en el libro de la vida. Otros pueblos dicen “presente” en libros de papel. Ahora, después de tanto andar y aprender, más que nunca recurrimos a la memoria y a la rebeldía. Es claro que el paso que damos en este cruce de caminos nos abre una nueva etapa como pueblo. Por lo mismo vamos a ir sumergiéndonos cada vez más en nuestra memoria ancestral, en nuestra sabiduría originaria, la palabra, de entre todas, que nos da la garantía de lo que andamos buscando. La palabra nasa, que tanto tiempo ha aguardado para hablar, ahora levanta la mano, sin soltar la honda, y dice: “¿Rebelión? ¿Revolución? ¿Reforma? Lo nuestro es el wët wët fxi’zenxi”.

Y claro, ya se estarán preguntando qué fue de toda esa tierra que antes era “nuestra” ahora de quién es. Si nos arrinconaron contra las peñas, qué pasó con el gran resto. La respuesta es corta: del sistema mundo, del encadenamiento productivo mundial. De grandes terratenientes. De un ricachón industrial que alcanza a pellizcar lugar en Forbes y es dueño de medios de comunicación a través de los cuales predica pero no aplica el amor al prójimo.

Un dato: dentro de un tiempo estas tierras van a ser nuestro hogar. Por qué: porque son nuestras; porque andamos tras ellas desde hace tres décadas; porque desde La Empera planearon la masacre y salieron los asesinos de los Veinte; porque dentro de ellas hemos derramado sangre nasa y donde cae sangre nasa hasta ahí llega el mojón; porque si no se restablecen los ecosistemas del valle y la montaña, estamos fritos; o sea que sin ellas no podemos alcanzar el wët wët fxi’zenxi. Y porque por nuestras venas corre la misma sangre de los primeros guerreros, la misma de los caciques que fundaron nuestra modernidad, la misma de Quintín y la de quienes con él se levantaron, la misma de todos y todas las que han caído sin descanso por Verla en libertad. Y vea usted cómo es la vida: la misma de una jovencita que llora en una fiesta de diciembre.

Julia, aquella noche de diciembre, recordaba a su papá, asesinado por la guerrilla cuando era niña. Ahora es kiwe thegna. En la guardia conoció a su compañero, se embarazaron, tuvo su hijo, a quien regalará el bastón que a su vez le regaló su compañero. “En la guardia voy a morir, nunca me pienso salir”, dijo, y sonrió por primera vez esa noche. Kiwe thegna: guardiana del territorio.

La tierra en Colombia. Que hablen los números

Ya que tocamos el tema entremos en él. ¿Cuánta tierra tenemos? ¿De quién es la tierra en Colombia? Quedémonos con algunos datos porque un estudio más profundo y detallado vendrá con el tiempo. Y entendamos de dónde vienen y por qué los comentarios racistas de que tenemos mucho y queremos más. Y por qué decimos que la tierra está en pocas manos y está esclavizada y más. Los números tienen la palabra. Y toca con paciencia porque pesan más que un guango de leña.

Vamos a basarnos en datos de estudios oficiales y académicos, y en una calculadora científica, para evitar miradas maliciosas. Algunos datos ya los hemos recogido en el libro Seguimos en Minga por la libertad de la Madre Tierra. Jum, un libro tremendo ese, se lo recomendamos.

Vamos a Colombia:

  • Colombia tiene cinco millones de hectáreas entregadas en concesión para minería. 25 millones de hectáreas van que se las pelan para allá mismo porque tienen solicitud minera. Las tierras pretendidas para minería abarcan nuestros territorios. La tierra dedicada a la minería ya no es nuestra porque sirve a otros patrones y la ganancia se va toda para afuera. Tierra esclavizada y desmembrada, pues.
  • Del total de la tierra en Colombia, el 0.4% de los propietarios es dueño del 41.1% de la tierra (según el último censo agrario). Los ganaderos tienen 45 millones de hectáreas. Hay 24 millones de vacas en Colombia. Una vaca tiene dos hectáreas. Cada vaca produce unos 800 litros de gas metano cada día, gas que produce fiebre a Uma Kiwe. Tierra enfermada, pues.
  • En Colombia hay 36 páramos y en 26 de ellos el gobierno concedió licencias ambientales para permitir minería. Más tarde la Corte Constitucional le puso el tatequieto al gobierno. Y lo mismo debemos hacer las comunidades: los páramos son parte del equilibrio ecológico. Si se los daña se altera el ciclo del agua, se enojan los espíritus, se daña el sutil equilibrio que sostiene todo lo que existe.
  • Más de 6 millones y medio de hectáreas fueron despojadas por violencia en los últimos 20 años. La cosecha de la violencia paramilitar fue la tierra que luego convirtieron en monocultivos, por ejemplo de palma aceitera. La ONU registra que Colombia es el país con más desplazados del mundo. El despojo de la tierra se hizo a través de una guerra que desplazó del campo siete millones de personas. Los ricos de este país son tan caripelaos que celebran el dolor y aprovechan ese despojo mientras dicen que nosotros les robamos la tierra: para esconderse nos señalan. Mucha de la tierra de los actuales ingenios azucareros fue despojada durante la Violencia, que le dio además mano de obra barata al negocio. Otra parte viene como ensangrentada herencia de las familias conquistadoras y colonizadoras. Tierra robada. Tierra esclavizada y torturada, pues.
  • El 70% de la comida que comemos en Colombia viene de pequeños propietarios. Claro, si los grandes propietarios dedican la tierra a monocultivos de caña, soya, palma aceitera y ganadería extensiva. Las vacas tienen más tierra que la gente: dos hectáreas por vaca.
  • El agro colombiano ha sido abandonado para dar paso a la Colombia Minera. La ley ZIDRES busca entregar la tierra de los sin tierra (los baldíos de la nación) a inversionistas extranjeros, o entregar tierra a campesinos que quieran voluntariamente ser peones (“asociarse” a) de empresarios que saben cómo explotar tierra y gente. Y así no es la vuelta.

Vengamos al Cauca:

  • Somos 1.300.000 habitantes. Son 3.000.000 de hectáreas. El 85,4% de los propietarios del Cauca tienen el 26,03% de la tierra en pequeñas parcelas. El 7,8% de propietarios es dueño del 60,22% de la tierra, más de la mitad de la tierra caucana. De ellos, el 0,52% domina el 15,63% de la tierra. Los Chaux, los Valencia, los Iragorri, los Arboleda han sido “dueños” de haciendas en tierra de resguardos del Cauca.

Según esos datos, tomados del estudio de una entidad estatal (el IGAC), una persona del club de los terratenientes es dueña -en promedio- de 890 hectáreas en el Cauca. Qué descarados: tienen tierra y quieren más.

  • En el caso del Cauca, el largo y ancho de la tierra india llega a 612.000 hectáreas. La sociedad de agricultores y ganaderos del Cauca, SAG, o sea el club de los terratenientes, muestra los números a su conveniencia. Dicen que tenemos la cuarta parte del Cauca. Otra vez vuelta hay que mirar por debajo: Un estudio de la Universidad Javeriana dice que de esa tierra:
    • 252.000 hectáreas son para que crezcan plantas y animalitos (vocación forestal)
    • 75.000 hectáreas son páramos
    • 25.000 hectáreas son tierras improductivas
    • 91.000 hectáreas son aptas para cultivar
    • 260.000 somos los indios e indias del Cauca.
  • Hagamos cuentas:
    • 91.000 hectáreas divididas entre 260.000 personas, da 0,37
    • 91.000 ÷ 260.000 = 0,37: un pedacito de hectárea por persona.

Así que en realidad, en el Cauca, solo contamos con 91.000 hectáreas en total y con un pedacito por persona. De estas tierras se alimenta el Cauca, y eso que son tierras de baja fertilidad. El resto de tierra “nuestra” está al servicio del equilibrio de todo el planeta: selva, bosque, páramos: agua, aire, biodiversidad.

Vengamos al norte del Cauca:

  • Las comunidades del pueblo nasa del norte del Cauca somos 111.642 habitantes, agrupados en 24.119 familias, en 20 territorios indígenas. Si de tierra hablamos, contamos con 206.288 hectáreas. De estas tierras, el 82% (169.156 hectáreas) sirven para dejar crecer el monte y los animalitos nomás. Solo el 18% (37.132 hectáreas) son aptas para actividades agropecuarias. Como vivimos arrinconados contra las peñas nosotros mismos nos vemos empujados a golpear la Madre Tierra cerca de los ojos de agua, las cuencas, los páramos y los sitios sagrados. La falta de tierra es el dolor de cabeza de Uma Kiwe. Traducción: el escaso acceso a la tierra desequilibra los ecosistemas y genera crisis múltiples en el Planeta Tierra.
  • La mayor parte de la tierra plana del norte del Cauca está sembrada de caña, unas 250.000 hectáreas en la región, para producción de azúcar y agrocombustibles. Los ingenios azucareros consumen 25 millones de litros de agua por segundo, tomados de los ríos, quebradas y de 2000 pozos profundos.
  • A pesar de lo apretados que estamos en los puchos de tierras que tenemos, cuidamos 26.200 ojos de agua y 123 lagunas naturales. Los mercados de los pueblos del norte del Cauca se surten de comida india, así como también de comida campesina y afrocaucana, comunidades también arrinconadas en puchos de tierra. El agua de los acueductos del norte es sembrada y protegida en las partes altas de los territorios indios, pero cada vez más vulnerables.

Ahora hagamos cuentas, saquemos promedios:

  • 37.132 hectáreas dividido entre 111.642 habitantes, da: 0,33 hectáreas por persona. O sea, la tercera parte de una hectárea.
  • 37.132 ÷ 111.642 = 0,33: un pedacito de hectárea por persona.

Ahora veamos otras cifras. Dicen los estudios más actuales que para el caso del Cauca la unidad agrícola familiar, UAF, el pedazo mínimo que debe tener una familia para sostenerse, debe ser de 13 hectáreas (algunos estudios recomiendan 20 hectáreas como tamaño mínimo para una parcela caucana). Trabajemos con la cantidad baja, 13 hectáreas por familia, y saquemos cuentas:

24.119 familias x 13 hectáreas = 313.547 hectáreas totales. Es lo que necesitamos para sostener el plan de vida.

Ahora:

313.547 hectáreas – 37.132 aptas para actividades agropecuarias que ya tenemos = 276.415 hectáreas. Es la tierra que nos hace falta para que puedan convivir tranquilamente: gente, animales, plantas, microorganismos y espíritus. ¿Y sino cómo?

¿Cuál es la necesidad de tierra de las comunidades campesinas y afros del norte del Cauca? Pensamos que la tierra debe ser para todos los pueblos y la lucha por liberarla, conjunta.

Vengan ahora un par de reflexiones, dejando atrás el cansón sonsonete de los números:

Ahora ya queda claro quiénes acaparan la tierra en Colombia y algo hemos dicho de cómo se hicieron a ella. Robando, robando se la fueron ganando. De esta tierra hicieron gente esclava y a costa de gente y tierra hicieron riqueza. No es nuevo, la cosa viene de tiempo atrás.

Al ritmo que fueron acabando con la selva y la montaña fueron acabando con los animales. Los pocos que sobreviven fueron desplazados y hoy viven espantados en pequeños rincones de monte. Del valle del río Cauca la casi totalidad de selva y animales fue eliminada para dar paso a extensas plantaciones de caña. Un ecocidio. Para que este ecosistema recupere su salud debe volver a poblarse de plantas y animales. Ellos son quienes más anhelan la libertad de Uma Kiwe.

Y así, sabiendo ya quién acapara robando sabemos quién es que extermina esclavizando. Y torturando. Porque con todo lo dicho el problema ahora no es solo la explotación de la tierra y la gente en condiciones de esclavitud, esa es una palabra que ya se queda corta. Ahora se trata de su asesinato por tortura y desmembramiento. No solo administran por goteo el dolor humano, ahora lo hacen también con el dolor de la Tierra.

Desde Colombia, el club capitalista arranca de tajo los árboles a los bosques y selvas, invade los páramos y los pretende para minería, disminuye, desaparece y envenena ríos y a los que no, les chupa el agua para monocultivos y minería, envenena el suelo y el aire, llena de basura campos y ciudades… El desequilibrio genera inviernos alocados y sequías que asustan. Las ciudades se han convertido en lugares donde la basura de vidrio y plástico se confunde con la basura de carne y hueso, gente que sobra porque no tiene con qué comprar, ni siquiera es reciclable como la otra. Simplemente sobra. En Popayán los mendigos rondan todo el parque de Caldas: la gobernación, la Catedral. De Bogotá los expulsan por ensuciar su imagen y los riegan por Colombia. Pongan la linterna sobre el rostro de un mendigo. Pongan la linterna sobre el rostro del jaguar. Pongan la linterna sobre un árbol de la costa Pacífica, pongan la linterna sobre el rostro de un niño wayú… La Tierra grita que ya no aguanta más.

¿El capitalismo escucha? ¿Sus voceros en Colombia se duelen? Eso había mandado a decirnos uno de ellos hace poco, que les duele lo que pasa. No les creemos.

Escuchan y celebran. Disfrutan el dolor que causan. Brindan y siguen trazando planes. Además de lo ya mostrado, el capitalismo se ha jugado sus cartas por el Cauca. Van unos ejemplos:

  • 500 mil hectáreas -la cuarta parte del departamento- están siendo exploradas en busca de petroleo desde la bota caucana hasta el Parque de Caldas. Incluso exploran la plataforma marina y no respetan ni a las ballenas que llegan por tiempos a disfrutar de las maravillas de la vida en ese rincón del Pacífico.
  • En la costa caucana se proyecta un puerto de aguas profundas que será el más importante sobre el Pacífico.
  • Dos grandes carreteras de un megaproyecto (IIRSA) se encontrarán en el centro del Cauca.
  • Los buscadores de metales tienen títulos y derechos de exploración en 25 municipios del departamento, un área de unas 900.000 hectáreas. En el norte del Cauca hay 89 solicitudes de exploración.

Cómo vemos la cosa hoy en día

Goliat no ha caído, sigue en pie. Apenas se tambalea. La sorpresa del ataque lo ha dejado entumido y en el silencio y la quietud mastica su odio infinito, la trama de lo que vendrá como venganza y reprimenda. Que partan al Cauca en dos, dijo una de sus voceras, una para los indios y otra para los buenos. Que acaben con los indios, el gran estorbo, dicen muchos.

Este Goliat es uno y muchos al tiempo. Es Incauca y el resto de ingenios, es el establecimiento, el poder económico y político de Colombia; es el aparato militar y paramilitar; es el sistema financiero colombiano y mundial. Es la sociedad patriarcal. Todo lo mismo, todo el pretendido único pensamiento que hoy aplasta al mundo. Viene desde la primera arremetida, la Conquista. Nuestra pelea sigue siendo contra los conquistadores de nuestras tierras. Goliat sigue en pie y se va a defender como un animal herido. Porque herido está. Y con odio, y con desprecio y asco por nosotros.

El poder que nos conquistó nos sigue conquistado. El terraje no ha terminado. Ahora todos los pueblos somos terrajeros a una nueva modalidad: jornaleros, esclavos con sueldo de patrones que no vemos, que se esconden detrás de oficinas de cristal en lugares lejanos del mundo, protegidos por escudos tecnológicos y anillos de seguridad del aparato militar mundial, desde donde engordan sus ganancias.

Así, dominan, esclavizan y torturan la Tierra y la gente. Administran el dolor. Reparten territorios, encadenan y programan la producción, reparten porciones de población según sus necesidades, como si fueran pasteles de sus banquetes. La que sobra, sobra. La hidra que todo lo controla, como dice la familia zapatista. Crea guerras para ir desplazando, asustando y controlando y robando. La tormenta. El teatro de operaciones a escala mundial. La guerra contra Uma Kiwe en su ofensiva final:

Vienen a raspar la olla. Y lo que hay en el culo de la gran paila no es nada despreciable: oro, petroleo, muchos minerales, gas, agua, oxígeno, biodiversidad. Es mucho pero es lo último. Es tanto que se les abre… de la codicia, es tanto que reventará sus cuentas bancarias. Pero es lo último. Es su cuenta bancaria o la vida. Es cumplir el placer de su codicia o la vida como la conocemos. Pues sepan que la Madre Tierra no va a aguantar el tramacazo.

En Colombia está claro: vienen a hacer la fiesta en paz, como dijo un mayorcito cabecirrucio. Es el inicio de una nueva etapa de violencia. Ahora le declaran la guerra al medio ambiente, dice el hombre.

Este sistema con todo su poder y marrullas nos fue arrinconando y apretando el cuello. No se contenta con convertirnos nuevamente a jornaleros-terrajeros-esclavos sino que nos explota al extremo. Arrinconados entre la caña y el páramo, entre el plan y la montaña, sometidos a formas de reducción, apretados en nuestra propia tierra, nos obliga a tomar partido, a resolver pronto y fácil. Así aquí, así allá, así más allá. El norte del Cauca es apenas una muestra del mundo.

A esta apretazón, unos han buscado acomodo, un mejor lugar, una zona más cómoda en la cual terminar de pasar el resto de la vida, probando las pocas gotas de miel que caen de la mesa del patrón. “Hay que ser estratégicos, hay que aprovechar esos recursos”, dicen. Boquisabrosos, dijo una mayora nasa.

En este contexto, en este cruce de caminos de la historia, hay un reagrupamiento, un reacomode de las fuerzas y los movimientos. Las placas se sacuden y hay terremotos. En medio de la tormenta, en medio de la apretazón a que nos han sometido, la gente organizada, los movimientos toman posición.

Unos quieren tomarse el Estado por la vía electoral. Pero el progresismo llegó a su techo y viene de regreso. Y cómo no si en medio de la tormenta pactaron con los patrones la entrega de gente y territorios.

Otros movimientos, al no poder tomárselo, pactan con el Estado un trato de buen entendimiento a partir del reconocimiento de derechos, que más bien son migajas, goticas de miel. El resultado de ese amaño (noviazgo), con galanteo y caramelos, es la institucionalización de los movimientos. Mejor dicho, el adormecimiento de la tradición de lucha. De este modo, muchos movimientos dieron el paso y se casaron con el Estado. Conversión a lo que siempre hemos enfrentado. Hicieron un nido dentro del capitalismo con el ropaje y el discurso de los tiempos de lucha.

Pero hay una ofensiva desde abajo. Muchos pueblos, comunidades, grupos han tomado la iniciativa, se organizan, recuperan fábricas, toman fincas y carreteras, liberan territorios, derrotan leyes a pulso, fundan caracoles, se le enfrentan al monstruo electoral para desnudarlo, enfrentan poderosos ejércitos y los derrotan, frenan oscuras serpientes destructoras, siembran miles de parcelas de comida sana, protegen las semillas, abren escuelas alternas, resguardan bosques, defienden el agua, liberan las ondas y el internet… La ofensiva desde abajo desconcierta a la ofensiva desde arriba.

Y así aparecemos en escena. La liberación de la Madre Tierra no es un nido dentro del Estado ni dentro del capitalismo. Liberamos la Tierra del capitalismo, nos liberamos nosotros mismos, para volver al tiempo en el que simplemente gozamos la vida comiendo, bebiendo, danzando, tejiendo, ofrendando al ritmo de Uma Kiwe. Somos un nido en el camino de la Madre Tierra.

Del rincón de la historia en el que nos han apretado, saltamos al centro y nos levantamos ante el poderío mundial económico, político, militar. Es un acto de pura naturalidad, como la acción bélica de La Gaitana y sus guerreros. Una lectura desde del contexto mundial que no nos deja otra opción. Por la vida arriesgamos nuestra vida. Para que todos los seres seamos, arriesgamos nuestro ser.

Cómo lo estamos haciendo

Una joven nasa caminaba adelante balanceando sus dones. Bluyines azules, buso negro con rayas verdes, botas negras de caucho, pelo negro recogido en moño dentro de la cachucha. No había que tener mirada láser para reconocer sus encantos. Habíamos terminado de tumbar el surco de caña bajo un sol ardiente, con el sudor chorreando por todo el cuerpo y buscábamos agua en el callejón del cañaduzal. Cuando volteó a mirar, el centro de sus encantos pasó a los dos huecos de sus mejillas. Cuando abrió la boca se le vio completica el alma: 

No se ha despertado mi hijo, porque no me rascan las tetas.

Nuestra vida en la liberación es una fiesta. Consiste en el sencillo oficio de cortar la caña para sembrar comida. En medio, tenemos tiempo para jugar, para mirar y admirar, para burlarnos de quien corta mal, de quien corta muy lento, de quien corta muy rápido. De quien sale con una pacora grandotota que solo con cargarla pesa, pero el peso es lo que corta, compañero; de quien sale con un machetico que a duras penas serviría para picar cebolla, pero algo es algo, compañera.

Desde que entramos en las fincas hemos cortado muchas, muchas hectáreas del monocultivo de miles de hectáreas de caña que están sembradas en el norte del Cauca para producir azúcar y combustible. Azúcar que endulza refrescos hechos del agua que baja de nuestras montañas. Combustible que mueve carros que comercializan los refrescos y ganan mucho dinero. Dinero que financia la guerra, los batallones que siguen presentes en nuestro territorio y nos siguen amenazando y nos siguen matando. El círculo que esclaviza a Uma Kiwe.

Hemos sembrado muchas, muchas hectáreas de comida: maíz, fríjol, yuca, plátano, zapallo. Esperamos a que el dueño aliste el terreno y entonces entramos a la siembra. Algo hemos cosechado. La gran mayoría de las siembras a punto de cosecha han sido destruidas en operativos gigantescos, propios de un teatro de operaciones tipo Avatar, que combinan fuerzas en tierra con ejército, carabineros, tanquetas, policía antimotines -ESMAD- y maquinaria destructora y fuerzas en aire con helicópteros militares. Es increíble que una mazorca de maíz genere tanto miedo en las altas esferas. Nos han dañado las cosechas, lloramos y volvemos a cortar y a sembrar. Y nos han vuelto a dañar la cosechas y hemos vuelto a llorar y vuelta a cortar y vuelta a sembrar. No tenemos afán y no tenemos miedo.

De la comida que hemos cosechado hemos hecho envueltos de choclo (maíz tierno) y otros manjares y hemos comido delante de los policías. Imaginen el golpe sicológico. Hemos hecho chicha que hemos compartido en festividades, como la de diciembre. Dentro de las fincas adelantamos la Minga (escuela) de comunicación en encuentros de cuatro días, y hemos bailado allí hasta las tres de la mañana con la fuerza armada atrincherada a 200 metros. Triunfos sicológicos imposibles de pintar con palabras.

En La Emperatriz celebramos los 45 años de lucha del consejo regional indígena del Cauca, CRIC, con participación de unas 1500 personas. Entre muchas otras cosas recordamos que nuestra plataforma de lucha habla de recuperar y ampliar el territorio. Y que para nosotros la paz, una palabra que no usamos, es la tierra: libertad, equilibrio, armonía. Ese día, a los ojos del mundo, junto a la carretera principal de la región, fundamos la nueva aldea.

Sí, señores y señoras: En las fincas en proceso de liberación, hemos fundado aldeas con cocina, letrinas en tierra, charcos para nadar, sede para reuniones, tulpas para nuestras ceremonias sagradas y varias chozas al rededor. Las aldeas de la liberación han sido sede de reuniones, de juego, de encuentros de capacitación, de mingas artísticas, de llegada de visitantes de muchos lugares de Colombia y del mundo que no quieren ver desde la barrera cómo David encara a Goliat.

Hemos sostenido fuertes confrontaciones con la policía antidisturbios y nunca nos han derrotado. Con todo el armamento que tienen, porque están apoyados por el ejército, por seguridad privada y por civiles armados, tuvieron que construir trincheras o barricadas en La Emperatriz, único lugar en Colombia donde han tenido que recurrir a ese sistema. Desde allí disparan balas y gases para enfrentar a gente con machetes, garrotes y caucheras. Una de esas balas mató a Guillermo Paví.

Hemos hecho reuniones con comunidades campesinas y afrodescendientes para debatir y acordar. Hemos logrado acuerdos y vamos haciendo mingas conjuntas. Vamos a ir convocándonos y juntándonos. Sumando fuerza para liberar juntos. Si hay oídos receptivos seguimos andando. Si no, seguimos andando.

En Quitapereza, sitio donde la alcaldía municipal pretende construir un basurero regional, ampliando el actual, la comunidad ha resistido y va ganando la pelea. Se ha valido de una tutela, un arma jurídica, para frenar el proyecto hasta que se realice la consulta previa.

A las 11 y media de la mañana, Milena se rascó los senos. A almorzar, pueblo. Hicimos la fila para recibir sancocho de vaca mientras Milena llegó a sombrearse para amamantar a su bebé. Echamos cuentos, nos reímos, almorzamos, nos seguimos riendo, programamos y nos fuimos con una sonrisa en los labios. Y con dolor en el brazo y con las manos ampolladas y con los dedos llenos de pelusa de caña: y con una sonrisa en los cachetes celebrando. Pues de salida pasamos viendo cómo levanta de bueno el maíz sembrado hace dos meses: un paso más en la liberación. Le estamos devolviendo la alegría a la Madre Tierra.

 

Cómo responde el poder

En medio de uno de los tantos intentos de desalojo en la Empera, José sintió la recalzada impactar su cuerpo. Son cartuchos de gas lacrimógeno que los rellenan de puntillas, bolas de cristal y trozos de metal. El ESMAD los dispara con el truflai, su arma de disparar los gases y ahora las recalzadas. Lo apuntan al pecho, a las piernas, a la cara, a donde caiga. Con disparos de recalzadas mataron a dos compañeros nasas durante la última movilización de junio. El informe oficial de la policía: “no fuimos nosotros, murieron por impacto de arma artesanal”. José corrió cojeando hacia el lugar donde atendían a los heridos pero no se detuvo. Lo llamaron por su nombre pero siguió de largo hacia su casa con el rostro adolorido y su cuerpo sangrando. Ya en su casa se tendió bocabajo en la cama y le dijo a su compañera:

– Mija, me hirieron la nalga.

Al ver la fuerza de la comunidad, Goliat saca estrategias para frenar el camino de liberación de la Madre Tierra:

Lo primero que hace es una campaña mediática para dañarnos el caminao, como le dañaron el caminao a José. Riega la idea de que tenemos mucha tierra y queremos más. Pero ya ven cómo el amigo Freud llama a esto “proyección”, o sea que nos achacan a nosotros lo que ellos son. Argumentan que tienen títulos legales y que somos roba tierra. Pero ya vimos arriba quienes son los que roban.

Enseguida, que puede ser a los minutos o a los días, hace operativos militares como si estuvieran en la Tormenta del desierto. Nos han hecho más de 200 intentos de desalojo en vano. Hemos tenido más de 200 heridos, mutilados, tres muertos. Con inmensos operativos destruyen las siembras a punto de cosecha. Han montado bases militares o policiales en las fincas o cerca de ellas para reprimir las mingas. Han destruido las aldeas y los sitios sagrados que hemos construido en ellas. Hay operativos de vigilancia e inteligencia cerca de las aldeas de la liberación.

A través de los medios difunde el racismo. Hoy ser indio es de lo más despreciable de la sociedad. “Esos indios”, “los que no trabajan”, “el Estado les da todo y piden más”. Alcaldes como el de Corinto y el de Santander crean un ambiente dañino y de conflicto entre comunidades.

Envía emisarios o razoneros a negociar nuestra retirada mientras planea los desalojos y las fumigaciones con glifosato, la nueva estrategia. Así que Monsanto-Bayer no se queda por fuera de la película. Ofrece proyectos, “tratos razonables”, “hablar como gente civilizada”. Respuesta: Gente civilizada somos. Por eso liberamos la Madre Tierra.

En la estrategia jurídica van de la mano. Por un lado presionan a los propietarios para que no ofrezcan en venta las fincas, mientras siembran en la opinión pública que “ni un metro más de tierra para los indios”. Se oponen a la ampliación de los resguardos. Promueven el conflicto entre indígenas al ofrecer entrega de lotes en las fincas en proceso de liberación, juego entre un propietario de finca y el alcalde de Corinto. Hay 17 órdenes de captura, 10 compañeros judicializados, entre ellos gobernadores indígenas.

Desde hace un tiempo un propietario de finca ha conformado un grupo de seguridad privada, integrado por trabajadores y exmilicianos de la guerrilla, que utiliza armas de corto y largo alcance y dispara contra las mingas, causando heridos dentro de la comunidad.

En los últimos meses el aparato paramilitar se mueve en la región. Ya han hecho varios intentos de golpear el proceso de liberación de la Madre Tierra.

Así que Goliat está de pie, disparando y fumingando. La comunidad dice permanentemente: aquí vamos a seguir hasta liberar la Madre Tierra.

Lo que vamos a ir haciendo

Lo que vamos a hacer es plantarnos en un tiempo nuevo. La etapa en la que ha entrado el pueblo nasa con la liberación de la Madre Tierra. Es la Tierra la que nos ha llamado a este tiempo y la hemos escuchado. Cuando decimos tiempo nuevo nos referimos a un viejo tiempo. Volver a las raíces. A la sabiduría profunda del pueblo nasa, que es la sabiduría de la Tierra. Poco a poco. Del pasado depende el futuro del planeta Tierra. Y como hemos dicho: desalambrar la tierra depende de desalambrar el corazón. Tierra y corazón, la misma cosa son.

No es que ya la tengamos toda clara. El corazón es un territorio ocupado. La principal ofensiva del poder se ha ensañado contra él. ¿Que ya no suenan los cañones? Escuchen los bombarderos, la artillería pesada, los tanques militares como disparan al centro mismo del corazón nasa. A las balas de plomo se agregan las balas de plata. Por eso es que decimos que esta paz del gobierno no nos representa y no resuelve, al contrario va a ahondar el neoliberalismo, va a profundizar la invasión. Para ellos el corazón nasa estorba. Ese es el nuevo teatro de operaciones. Por eso es que se gorgojea, por eso se debilita. Y al darnos cuenta de ello es que podemos decir que vamos a sanarlo, que vamos a desalambrarlo. No se sana en los libros, por mucho que sirvan, no se sana en las pantallas. Lo que hemos pillado es que se va sanando en las fincas, entrando en ellas no como un desquite sino como un gesto de amor por la mamá que un día nos trajo sanos a recorrer el encanto de la vida. Por eso ya será la voz de esa mamá la que nos hable. ¿Quién más? Solo ella le disputa el corazón a los tanques, la aviación, la artillería. Su voz es el río profundo, y nosotros hemos entrado en él.

La Madre Tierra es un ser viviente, eso que llaman un superorganismo vivo. Todo lo siente, todo lo piensa, todo lo organiza. Nosotros, los humanos, somos apenas una puntada del tejido de la gran yaja del planeta. Somos porque otros seres son. Y sin embargo otros seres dejan de ser para que nosotros seamos. El sistema capitalista daña el tejido de la vida hasta el punto de desequilibrar la balanza. Tampoco seremos los salvadores de la vida, la Tierra solita sabe cómo sanarse. Las lomas peladas se reforestan por sí solas si las dejamos en paz. La Madre Tierra jamás llenará las cuencas de pino y eucalipto. Los humanos pueden elegir entre ser depredadores, estorbos o ayudantes.

Los dueños de las fincas, como capitalistas que son, no escuchan. Goliat querrá mantenerse. Preferirán morder la rabia y retorcerse. No es que Uma Kiwe no les hable, lo hace. Pero ellos han decidido enviarla al ancianato, como acostumbran ciertos hijos cuando sienten que la madre estorba. Nosotros tenemos que confrontar con ellos en las mingas y en los tribunales, no nos queda otro camino. Sin embargo, a pesar de todo el daño que han causado, con muertos, heridos, mutilados de por medio, no los odiamos, no los despreciamos, cuando nos pidan un vaso de agua se lo daremos. Como dice el pueblo uwa: después de todo, si el oso es nuestro hermano, más lo es el hombre blanco. Algún día estas fincas volverán a nuestras manos y el agua, el aire y la comida que de ellas brote hará felices a sus nietos.

Por nuestra parte, como la liberación va para largo, vamos a mantenernos ocupados. Lo que sigue es lo que vamos a hacer. Por ahora lo nombramos. En su momento, daremos detalles de cada uno. Cada acción, cada paso, son zancadas para alcanzar el sueño de liberar la Madre Tierra. Van:

  1. Vamos a entrar en otras fincas. Y en todas vamos ir cortando y sembrando para devolverle la alegría a la Tierra.
  2. Vamos a hacer una minga de recorrido por el territorio. El territorio es el mundo. En cada sitio vamos a ir desalambrando y desalambrándonos. Contando, tejiendo.
  3. Vamos a hacer un encuentro zonal de liberadores y liberadoras.
  4. Vamos a hacer una escuela, una telaraña de comunicación para tejer a lo lindo: una minga de comunicación.
  5. Vamos a hacer una escuela para la pedagogía de la liberación, convocando gente y movimientos y procesos que anden en las mismas para desalambrarnos en montonera. Y para tejer a lo lindo.
  6. Vamos a hacer un encuentro de liberadores y liberadoras de la Madre Tierra convocando a gente, movimientos y procesos que anden en las mismas en Abya Yala. Para contarnos, para tejernos.
  7. Vamos a hacer la marcha de la comida, vamos a compartir la cosecha de la liberación con gente arrinconada en barrios pobres que el capitalismo ha ido creando en las ciudades.

Una cosa queda clara. Son varias pero es una sola:

No vamos a salir de las fincas. No vamos a negociar proyectos o a recibir nada distinto que no sean las fincas que ahora ocupamos. Este es un proceso autónomo de las comunidades caminando los puntos de lucha del CRIC. Estamos acompañadas de nuestros cabildos. Los puntos de liberación caminamos de la mano. No vamos a dejar que nos dispersen. No tenemos voceros externos, nosotras y nosotros mismos nos voceramos. Y vamos a estar pendientes de que nadie se aproveche de este proceso. El sudor y las ampollas, la herida de José, el bebé de Milena, el pacto de Julia, los tuertos y mutilados, los compañeros y compañeras judicializados, los muertos y sus familias nos hablan patente: que nadie negocie con nuestra lucha.

No tenemos afán. Cuando llegue el momento de “negociar” será dentro de las fincas y el único trato aceptable será su libertad. Ese día ya no serán fincas, serán Uma Kiwe.

Las banderas rojas y verdes acompañan nuestra lucha y se estremecen con ella en cada punto de liberación. ¿Ustedes no?

 

Proceso de liberación de la Madre Tierra. Pueblo nasa, norte del Cauca, Colombia
16 de diciembre de 2016.