Liberamos pa’ que vuelva la abundancia

[:es]Por: Minga de Comunicación

“Ave María Parce!” Nos despertamos con las risas y la bulla tierna de nuestros anfitriones paisas, que están preparando el desayuno. Ah, ya, recordemos, estamos en Medellin, en el valle del Aburrá. Y empieza un nuevo día.

Bien bañaditos, nos sentamos a esperar las chivas para viajar rumbo hacia Bello Oriente. Y como definitivamente, en este proceso, nadie tiene afán, la espera se alarga un toque… Finalmente, bien apretados en las bancas, nasas, paisas, todos mezcladitos, empezamos una cruzada por la ciudad. La mirada se pega hacia afuera. Edificios, supermercados, propagandas grandotas: el monstruo se la goza por acá, es algo vertiginoso. Tiene cara de cemento y sonrisa falsa. De su carcasa brota una miseria apaga-gente. “En la ciudad, no hay por donde mirar” dijo una liberadora hace poquito, contemplando sus vacas en la finca. A lo lejos, las montañas nos llaman con su verde alegre. Allá vamos.

Las chivas se meten por una callecita bien pero bien empinada y de ahí subimos, subimos y subimos. Nos cruzamos con miradas asombradas, sonrisas, brincos de alegría. La vida está ahí, igual, brotando de las caras con abundancia. En un árbol aislado, alcanzamos a notar un refugio para los pájaros donde un banano fue dejado de regalo. Un detalle que llena el corazón. “Liberamos para que quepamos todos los seres”, una frasecita que resuena.

Llegando a Bello Oriente, nos subimos en la capota. La chirimía se despierta y con ella, la bulla alegre de la Marcha de la Comida. “Marchamos por la comida, por la vida, por el agua”. Las calles se vuelven más y más estrechas, tan estrechas que las chivas no pueden seguir sino en reversa. Nos toca seguir caminando hacia La Casa Blanca, el centro cultural del barrio donde nos están esperando. Unos niños y niñas nos guían en el camino, alegrándose con nuestra presencia. Las mayoras del barrio nos abrazan para darnos la bienvenida.

Acá, uno se siente como en un pueblo. El camino es de tierra; las matas de plátano, de yuca, nos rodean; las casitas están adornadas con flores hermosas. Estamos en lo más alto del cerro.

La Casa Blanca es un lugar mágico. Una olla está hirviendo en un fogón de leña, unos jóvenes están instalando una batería, unos niños están pintando las paredes. El jardín huele a menta, prontoalivio, tomillo. Desde la Terraza, se ve todo Medellin. Un lugar perfecto para liberar desde la ciudad.

Y llega la hora de los saludos. Después de presentar el proceso de Liberación de la Madre Tierra a una asamblea bien atenta, escuchamos las experiencias de lucha de los otros procesos presentes. Los habitantes del barrio Bello Oriente y del barrio la Cruz nos cuentan su lucha para seguir perviviendo en sus territorios frente a la administración municipal que les quiere despojar para megaproyectos. “Acá es nuestro barrio. Se construyó a punta de convite, el estado no puso nada ahi”. “Acá tengo mi camino, mi casita, mi huerta, acá tengo mi todo.” El joven que dice eso tiene el buen vivir en la cara. La mayoria de los habitantes de este barrio han sido desplazados por la violencia y ahora luchan por este pedazo de tierra que liberaron a su manera. “Yo llegue acá niño. Pero yo también soy del Cauca. Hace harto tiempo que no pude volver a mi resguardo, en Mosoco. Me llena de alegría tener a mis hermanos nasas acá.” Las palabras están coloridas de emoción: hay dolor y hay alegría. Hay dignidad. Una mujer del barrio toma la palabra. Su voz suena firme y fuerte: “Agradezco muchísimo a nuestros hermanos y hermanas del Cauca por su lucha, por su verraquera. ¿Quien es tan verraco como ellos, por haber venido de tan lejos a compartir comida? Nos tenemos que juntar. Unidos podemos ganar”. Y sigue el desfile bonito de gente luchadora empuñando el micrófono. Termina la ronda con unas canciones de un compañero de Ituango. Con el ritmo campesino, escuchamos el dolor y la resistencia de los pueblos a quienes les robaron un río y, con él, el trabajo, la alegría y la vida del territorio.

Al ladito, se hace minga para el almuerzo: manos afros, universitarias, nasas, pelan papas, plátanos y yucas, y mientras se charla de recetas de sancocho, de corte de papa, del olor de la yuca, de la sabrosura del plátano…

Se inicia luego un taller sobre semillas. La pregunta: ¿Por qué hay tantas semillas tan diversas? “Porque mi Diosito hizo las cosas bien bonitas” dice un señor. Y las semillas pasan de mano en mano: frijoles, habichuelas, zapallos, arroz… “Las semillas son tan distintas como los pueblos que las cuidan.” Se comparten recetas de abuelas antioqueñas, chocoanas, nasas. Para comer, para curar…

Luego del almuerzo tan esperado y bien rico, salimos al barrio. Suenan flautas, tambores, maracas y hasta un clarinete. Linda luz de final de la tarde. Los niños y niñas nasa y los niños y niñas del barrio corren por todas las casas repartiendo los plegables de la Marcha de la comida, llamando a la gente para que se junte. Los y las habitantes salen al frente de sus casas, mirando con curiosidad este extraño desfile. Los compañeros de la organización del barrio lideran las consignas: ¡Plata no hay, plátano si hay! ¡Debajo del cemento está el alimento! La palabra y la chicha – de guayaba y borojo, preparada por los compañeros del Oriente Antioqueño- van bailando de boca en boca. Y con ellas unas sonrisas de felicidad.

La caravana musical llega al lugar donde están parqueadas las chivas. Los alimentas ya están repartidos por montoncitos, y una fila largota de gente está esperando con bolsa en mano. “Y que esta comida nos convoque a todos y todas a liberar la Madre Tierra en donde estemos.” dice un liberador. Los agradecimientos son calurosos. “Gracias por compartir sus palabras y por estar aquí con nosotros. Son grandes las enseñanzas para nosotros los citadinos”. Las bolsas se llenan, los rostros se iluminan, los niños vuelven a su casa brincando de alegría. Es fuerte sentir la necesidad tan grande que hay en la ciudad, la escasez. Nos anima más todavía a liberar la Madre Tierra. Pa´ que vuelva la abundancia. Y con ella la alegría.

 

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