Nido de lana, nido de amor

Después de 15 días de estar por fuera, Eleuteria llegó a su casa a ponerse al día con el hilado de la lana de ovejo (“de la lana de abajo”, replicó en susurro un nasa malicioso). Se había ido a la región de Pescador a capacitar a otras mujeres en el arte de los tejidos. En casa, su esposo y sus hijos se las arreglaban para mantener el hogar a flote, a lo que ya estaban acostumbrados porque las salidas de ella eran frecuentes, ya sea a capacitarse o a capacitar, a vender artesanías o a representar a su comunidad en distintos eventos…

El equipo del wët wët fxi’zenxi escuchó con atención la historia. Este es el décimo invento visitado. Quedan seis visitas y la comunidad conocerá la decisión de los putx thegsa en pocos días. Dura tarea la de escoger entre tanta belleza los cinco más bellos. Tarea imposible. Por ahora no se pierden detalles de la historia que nos tiene en este lugar de la vereda La Primicia, en el Resguardo Indígena de San Francisco del Municipio de Toribío.

Al entrar a casa, aquella vez, Eleuteria fue sorprendida por un coro que decía: “Feliz cumpleaños a ti. Feliz cumpleaños a ti. Feliz cumpleaños, mamita. Feliz cumpleaños a ti…”. En seguida, como quien saca un conejo del sombrero, Leandro, su compañero o esposo que llaman, le mostró un aparato de madera, rines y pedales de bicicleta: “Este es su regalo de cumpleaños para que no pase tanto trabajo con el huso”. Ella se quedó mirando esa armazón con extrañeza y malicia, hasta que no se aguantó y soltó una sonora risotada: “¡Y eso qué va a funcionar!”, le dijo con la ternura propia del reino femenino. Como es natural, Leandro se sintió desinflado por la flecha de su descortesía. Tomó aliento y con la paciencia de un inventor aguardó al día siguiente para explicar a su dulce amada el mecanismo de su creación. Llegado el momento (la noche mediante, de la cual no tenemos detalles, pero suponemos cosas), Leandro tomó la máquina, agarró el enredado montón de lana, pedaleó y en menos de lo que canta un gallo tuvo una buena madeja de hilo.

“A mí se me ocurrió inventar la hiladora en el 2007. Yo la inventé porque mi mujer pasaba mucho trabajo para hilar y tejer. Al hilar con el uso se cansaba mucho. Cuando se quedaba sola en la casa aguantaba hambre porque no se podía meter a cocinar con las manos acaloradas”, cuenta Leandro.

Ya se imaginarán lo que vino a continuación: ella estaba conmovida y agradecida. No se tenía que mojar las manos acalorada, le rindió más en su trabajo y tuvo tiempo para devolver el regalo a su amado inventor: no le dijo gracias con la boca, pero le tejió una ruana que no se sabe por qué motivo no volvió a aparecer en la casa.

El equipo escuchó esta y otras historias lanudas con el rostro iluminado de alegría y admiración. No era para menos. Un invento fruto de una historia de amor es cosa de cuentos de hadas. El asunto no paró allí. Con el tiempo, Leandro perfeccionó la máquina: la hizo más pequeña y funcional y le adaptó un motor de máquina de coser. ¡Rinde como un verraco la hilada! Eleuteria puede llevar la maquinita a distintas ferias artesanales nacionales y es cosa de admirar. Leandro comparte su saber a los vecinos y vende o truequea la maquinita. Una vez se la enseñó a fabricar a un vecino. Incluso se la prestó para que la llevara a su casa y pudiera copiar el diseño. Cuando el vecino prendió el motor las partes de la máquina quedaron regadas por el suelo. “Es que lo de inventar no es para todo mundo”, dice. Ahora va por el telar: “Ya sé cómo es”, dice al dibujar una humilde sonrisa.

gComo la que van a dibujar ustedes al revelar el acertijo que se le planteó a Delio hace unos días y que no supo resolver. La pregunta fue:

“20 personas hacen fila para recibir el almuerzo en una asamblea y el Quinto almorzó de último. ¿Por qué?” La respuesta muy sencillamente es ésta: la persona que estaba en el puesto 20 era de apellido Quinto.

El equipo del wët wët fxi’zenxi deja este nido de amor con la sensación de venir y de marchar a un lugar parecido: el invento de ayer y el de mañana son también historias de amor. El amor por la tierra, el cariño por la familia, el afecto para que los espíritus tengan su casa, la ternura de sembrar comida para los animales silvestres, el cuidado de conservar los árboles para que ahora cada quien que lee estos garabatos pueda respirar las bocanadas de aire suficientes para seguir construyendo el wët wët fxi’zenxi: ese es el trato.