La Marcha de la comida llega al Valle de Aburrá
Llegamos en la madrugada del viernes a la casa de la cultura, Culturarte, para la Marcha de la comida en Medellín. A pesar de la hora y después de tan largo viaje, nos reciben con una alegre bienvenida por parte del parche local, al calor del tambor. La deliciosa comida y las melodías de las flautas alientan nuestros ánimos y nos hacen sentir en familia. Armamos los campings al lado de los murales aún frescos que se realizaron la noche anterior para por fin tener un merecido descanso.
En la mañana llegan también en chiva las y los compañeros del Oriente Antioqueño e iniciamos el compartir con la palabra dulce de nuestros mayores, una danza que abre camino y la presentación de los procesos amigos participantes. En medio de la actividad una pequeña brisa de lluvia nos da los primeros saludos de alegría. Luego dialogamos con las experiencias de lucha en los círculos de dialogo y saberes “Alimento para el pensamiento” alrededor de los temas: la recuperación e invasión de predios en la ciudad, la soberanía y autonomía alimentaria, el círculo de mujeres, la agroecología (liberando la tierra de agrotóxicos), articulándonos en un solo brazo (experiencia de articulación organizativa), derecho al territorio y planta y arboles nativos. Cerramos ese momento con el canto colectivo “soy una niña salvaje, alegre, libre y silvestre, tengo todas las edades, mis abuelos viven en mí…”
Luego de un almuerzo tan rico como el desayuno, el abuelo Sek nos invita a salir a Marchar. Cada uno toma su asiento y arrancamos tres chivas rumbo a Moravia, un barrio que fue construido por sus habitantes y que hoy resiste ante el monstruo del desarrollo y la innovación. Es emocionante la bienvenida con las pancartas coloridas, las sonrisas en los rostros, las comparsas que sintonizan con nuestra chirimía acompañada por las gaitas. En el camino, rodeados de plátanos, maíz, tomates de las huertas aparecen Don Gregorio y Don Darío, personajes que han resistido al desalojo sin descanso. Ellos nos cuentan sus problemáticas y la forma heroica en que permanecen en este territorio.
Mientras las y los niños juegan, otras pintan un mándala, otros siembran arboles nativos y las y los liberadores bajan el revuelto de las chivas y organizan montoncitos de plátano, yuca, naranjas, zapallo… Al terminar la tarde llega el momento de compartir la comida de tierras liberadas. Con la ayuda de los Kiwe Thegnas, tres niñas liberadoras van llenando las canastas, bolsas y manos de los habitantes de Moravia que se acercan. Un señor agradece este gesto del compartir: “Estos espacios se han perdido. Entre más va creciendo la ciudad, más crece la soledad.” “Liberar es también juntarnos”, dice otro compañero. Esto nos deja claro que la liberación no es una lucha de Nasas para Nasas.
La noche cae, los cerros se iluminan. Un chocolate caliente sobre un fogón. Tamboras, marimba, maracas, salen de sus estuches y nos ponen a bailar, a acariciar la tierra con los pies.
Vuelve la lluvia, es hora de volver a casa, con los corazones contentos.