Un valle estremecedor a ser liberado: Bosque Seco Tropical del Valle del Río Cauca
Por Minga de comunicación.
Hace poco más de 60 años Rafael Arango Villegas, escritor y humorista paisa, hablaba sobre la hermosura exuberante de aquel bosque seco tropical palpitando en el valle biogeográfico del Río Cauca, sin embargo, no entendía en donde residía la verdadera riqueza de aquel paisaje estremecedor, no entendía la importancia del mono aullador, del tití, de la culebra, de la chucha, del puma, del balso, no entendía que con esa manía de explotar nos íbamos a quedar sin el pan y sin el queso, es decir, sin el agua, sin el aire, sin la tierra y sin sus frutos. Decía Arango:
Seguramente no hay en todo el vasto territorio de Colombia una región más fértil y más rica que este valle feliz, que debiera ser un emporio de riqueza y que no lo es porque nosotros, con una incomprensión indisculpable, nos hemos empeñado en mantenerlo de ‘paisaje’ para que extasíen sus miradas, desde el postigo del vagón al descender de La Cumbre, los místeres que vienen a visitarnos tras de nuestras grandes riquezas, que ellos codician y aprecian
Fotografía del Rio Cauca a comienzos del siglos pasado
Cuando llegó la invasión europea a nuestros territorios comunales existían 340.000 hectáreas de bosques, las cuales según la ciencia occidental habitaban nuestros mayores desde hacía 10.000 años si no es más. Abundaban los ceibos gruesos y ariscos, esos enormes pensamientos de Uma Kiwe que son los samanes, la guadua amarilla y la cañabrava se amontonaba en las riberas del Río Cauca, abundaban las nubes de garzas blancas, espátulas rosadas y bandadas de patos que hacían pensar que el cielo era la tierra, el Río Cauca se desbordaba de forma frecuente propiciando un bosque seco inundable muy fértil y esta selva era tan tupida que a cualquiera lo enredaba el duende y se perdía.
A partir de la llegada del musxka (pensamiento occidental) comenzó a darse un cambio lento en la configuración de nuestro territorio, sin embargo, fue a mediados del siglo XX cuando estalló la masacre de nuestro valle, impulsada por el afán de lucro de los ingenios azucareros quienes aún hoy persisten en creer que Uma Kiwe debe estar al servicio de sus cuentas bancarias. ¿Cuánto dejaron de nuestro bosque estremecedor? Tan solo 200 hectáreas que pa’l que le gusten los números representa el 0,058 % de lo que habían cuidado los pueblos originarios. Pero bueno, por hoy hablemos más bien de lo que conocieron nuestros ancestros, ya un mayor ha dicho que lo ancestral no es lo antiguo ni el pasado, sino el futuro y lo eterno… cuando los pueblos originarios miramos hacia el futuro, miramos hacia atrás.
Nuestro valle estaba llenito de espejos de agua, desde La Virginia hasta Santander de Quilichao. En el norte las depresiones del terreno generadas en medio de suaves colinas propiciaban la existencia de las lagunas del Coqué, La Julia, Potrerochico, el conjunto de ciénagas entre Cartago y Obando y la muy famosa Ciénaga del Burro en Bugalagrande. Estos humedales eran de poca profundidad lo que permitía la presencia de lechuguilla (Pistia stratiotes) y lotos como Nymphaea; en las orillas predominaban el tabaquillo (Hydrangea sp.) y el gramalote (Paspalum dilatatum). Por su parte, en el centro del valle, en San Pedro y Guacarí se encontraban las ciénagas del Conchal y de Sonso, que en la época de la invasión estaban resguardadas por el Cacique “Bonba”, apellido bastante común en el pueblo nasa. Estos humedales presentaban mayor complejidad propiciada por su gran extensión con una vegetación que variaba del centro a las orillas, estas últimas habitadas por extensos juncales, zarzales y bosquesillos de mantecos (Laetia acuminata), burilicos (Xylopia ligustrifolia), sauces (Salix chilensis), chambimbes (Sapindus saponaria) y chamburos (Erythrina glauca).
Nimphaea sp. uno de los lotos que típicamente se encontraban en los humedales del valle.
En el sur la cosa era más parecida al norte sobre todo en el margen oriental del Rio Cauca entre Puerto Tejada y Santander de Quilichao, ya que en la laguna del Pondaje en Cali (un cauce perdido del Rio Cauca) se encontraba una avanzada sucesión ecológica con bellísimos y grandes chamburos. Allí está la historia del distrito de agua blanca, un gran espejo de agua que periódicamente conectaba las lagunas del oriente de Cali por medio de los desbordamientos naturales de los ríos Cauca, Meléndez y Cañaveralejo, hoy canalizados con muros que no son más que una bomba de tiempo. En estas lagunas del distrito de agua blanca de Cali, sus habitantes, principalmente provenientes del Pacífico, Cauca, Chocó y Nariño por desarraigo violento, aún recuerdan como en los 60´s hacían pruebas para realizar los deportes náuticos de los juegos panamericanos de Cali en 1971, finalmente trasladados al lago Calima porque para las élites vallecaucanas no era conveniente que el mundo conociera esa cara del despojo y la violencia de los de arriba.
Todos los animalitos que aquí vivían tenían pleno conocimiento de los pulsos de inundación del valle, estaban conectados con la madre, de esta forma, cuando el rio se desbordaba los peces aprovechaban para poner sus huevos en las planicies inundadas por ser sitios más seguros y con un suministro de alimento propicio para sus crías. Con el pleno conocimiento de como piensa y funciona la madre y por lo tanto sincronizados con ella, nuestros mayores tomaban de la madre pescando el bocachico (Prochilodus reticulatus), cazando chigüiros (Hydrochaerus hydrochaeris) e iguazas (Dendrocygna sp), todo al pulso en el que palpitaba el valle. Las aves también conocían plenamente los movimientos al interior del valle estremecedor y aquello provocó que este territorio se convirtiera en una de las regiones con más especies de aves en el mundo. Para las aves migratorias este ecosistema resultaba vital pues era un sitio de transito para coger fuerza, beber agua, alimentarse y continuar el viaje, también en otros casos constituía el sitio perfecto pa hacer lo que venían a hacer: procrear pa que la vida siguiera. Algunos abuelos cuentan de cientos de garzas diferentes, de las espátulas rosadas (Ajala ajala), del buitre de ciénaga (Anhima cornuta), y miles de patos que según cuenta la literatura de los ornitólogos en el siglo pasado se registraban 12 especies como los hermosos Anas discors y Anas cyanoptera.
Indiscutiblemente este hermoso ensamble de biodiversidad que habitaba nuestro valle ha sido diezmado por una visión económica desde la cual es más importante el dinero que los seres paridos del seno de Uma Kiwe. Es por esta razón que hoy combatimos como pueblos originarios el monocultivo de caña, en las tierras liberadas ya empezamos a notar como vuelven los cantos de las ranas, los gavilanes, el guatín, la chucha… han vuelto los colibríes… abundan las libélulas coloridas… el monte crece incubando los árboles que vivieron escondidos en el útero de la madre y que hoy ven que pueden volver a levantarse… todos los seres empiezan a ver que la casa se hace más grande….