Cómo nos fue en la Marcha de la comida

Por Minga de comunicación.

El 23 de marzo en la mañana, la Marcha de la comida, en seis chivas cargadas de comida y gente, sale de las tierras en proceso de liberación en el norte del Cauca, recorre la Panamericana en medio de cañaduzales, cruza la entrada sur de la ciudad y entra en la Universidad del Valle.

Así es como la liberación de la Madre Tierra desde el norte del Cauca llega a la ciudad de Cali: con comida y semillas cultivadas en las tierras liberadas, comida que se compartió con la gente del distrito de Agua Blanca, Alto Nápoles y el cabildo indígena de Pance.

“Queremos decirles que nuestra lucha no es egoísta, que liberamos la tierra para sembrar y cosechar comida y esa es la comida que cosechamos y la que queremos compartir hoy. No somos invasores, no somos roba tierra, simplemente tumbamos la caña para sembrar comida y para que crezca el monte y retornen los animales”, pronunciará más tarde una liberadora.

“¡Monte pa’ los pájaros, agua en los cerros y comida para vos!, ¡Plata no hay, plátano sí hay!, ¡Liberamos la tierra, pa compartir comida!”, son los mensajes de algunas de las pancartas que adornan las chivas.

¡Plata no hay, plátano sí hay!

A las 10 de la mañana arribó la Liberación a la Universidad del Valle. Allí se juntó el campo con la ciudad, los lápices y los cuadernos con los machetes que liberan la tierra del monocultivo de caña en el norte del Cauca. Lápices y machetes pueden liberar por igual.

Los abrazos y las palabras se confunden en medio de los saludos de hermanos y hermanas; como dijo una mayora liberadora de la ciudad de Cali, “aprendamos a convivir como hermanos o vamos a vivir enfrentados como tontos”.

Un desayuno preparado por univallunas abre el trabajo de este primer día de Marcha de la comida y da paso al trabajo en los huertos de la universidad. En un lugar pequeño dentro del “campus” hay un huerto que intenta sobrevivir en medio de las construcciones de cemento. Aquí donde germina comida se dio el “cambio de mano” entre estudiantes y liberadoras y liberadores de la Madre Tierra. Juntos quitan la maleza que invade los sembrados de plantas medicinales, de las matas de papaya, cilantro, lechuga, fríjol y la yuca. También juntan sus manos para sembrar yuca y semillas.

El tiempo alcanza para el palabreo, la reflexión y la decisión; juntos vemos la necesidad de trabajar la tierra para el alimento.

Necesitamos alimento para nosotros mismos, para así alcanzar la autonomía. Necesitamos tierra, necesitamos aprender a trabajarla, necesitamos vínculos entre los pueblos que liberan la Tierra y la relación entre humanos y la Tierra

Palabreo

Ahora la marcha se instala para conversar a cerca de lo que comemos y hacemos. La palabra dulce transcurre en medio de la chicha, el sonido del viento y el canto de los pájaros. Allí debajo de los árboles de Banderas en Univalle, en la tarde del viernes, las y los marchantes escuchamos las palabras vivas de cada una de las iniciativas que siembran vida en los espacios donde viven. Fue un palabreo que demostró una pedagogía vivencial, una pedagogía pensada desde el cuidado de la tierra, un camino pensado desde la ética de la vida, con prácticas que defienden la vida de todos los seres de la Tierra.

“La liberación no va sola, va cuando los niños y las niñas se enamoran de la Tierra, cuando veamos a la Tierra como madre. Debe haber una liberación del ser y el pensamiento. Somos hombres y mujeres colonizados, nos blanquearon el corazón y quien nos blanqueó el corazón fue la escuela y posiblemente la universidad. Hoy no queremos sembrar la tierra, queremos es un computador. Tenemos que ser sinceros, la liberación se empieza con los niños. ¿Qué estrategias vamos a utilizar para que un niño se vuelva cuidador y sembrador de la tierra”? El mensaje de un pedagogo nasa.

La  Caravana

Mientras la mayoría de los caleños presencian el partido de fútbol entre Colombia y Francia, un puñado de afros, indígenas y mestizos organizan dentro de la universidad del Valle las caravanas de las chivas que se disponen a salir para el distrito de Agua Blanca y el barrio Marroquín III.

Sale la caravana a las seis de la tarde desde el sur de la ciudad,  un lugar plagado de centros comerciales privados y de grandes edificios de estratos altos. Las chivas atraviesan las importantes avenidas de la metrópoli hacia el oriente de la ciudad donde está ubicado el Distrito de Agua Blanca.

Cae la noche, la brisa mitiga el calor, arden los corazones de los protagonistas de esta Marcha que además de traer comida, música, palabras y afectos para compartir, traen palabras de resistencia para contagiar a la gente de los sectores populares.

A nuestro paso por las calles, a lado y lado de la vía se encuentran niños y niñas que bailan la música de la chirimías que retumban desde las chivas; aunque unos chiflaban la caravana, “miraban raro” y se mostraban prevenidos de una posible toma de la ciudad por los indios, otros los acompañaban con pitos y aplausos. Las chivas coloridas resaltaban entre las decenas de automóviles que colapsaban la avenida. A paso lento la marcha deja atrás a un sector adinerado para encontrarse con un mundo excluido y empobrecido; a donde quiere llegar realmente.

Ya adentrados en el oriente de la ciudad se puede ver la brecha entre ricos y pobres; o más bien entre los enriquecidos y los empobrecidos del sistema económico imperante. Ahora hay un territorio gris que no ofrece ríos sino caños que dan a la gente el olor fétido de la basura que sale de los centros pudientes de esta ciudad. Aquí no hay sitios campestres, aquí no hay edificaciones modernas, aquí hay gente sencilla, gente que se guerrea la vida para sobrevivir en medio de una ciudad que los estigmatiza por el hecho de ser “pobres, negros, mundo popular”.

Para llegar a Marroquín III en el distrito de Agua Blanca, se necesitan 40 minutos en transporte corriente pues solo 10 kilómetros los separan de los sectores pudientes del sur de la ciudad; si bien es un lugar que hace parte de la ciudad, los separan las desigualdades sociales. Aquí hay otra realidad y otro mundo por conocer. Este territorio está poblado en su mayoría por comunidades negras; ellos y ellas llegaron hasta aquí para salvaguardar sus vidas de la guerra que les arrebató sus territorios.

Llega la caravana a Marroquín III, a la organización popular La casa El Chontaduro. El arribo, emotivo, la recibida, entrañable: gente de todos los colores, las cantadoras con sus trajes y sus cantos.  La comida viene del norte del Cauca y la gente que se encuentra aquí viene de todos los lados de la Tierra.

Dos  chirimías de niños, jóvenes y mayores acompañan la Marcha de la comida, a ritmo de tambores y flautas bailan afros, indígenas y mestizos alrededor de la comida ubicada en el recinto de La casa El chontaduro.

Tenemos que unir lo que el capitalismo a la fuerza quiere mantener separado

Mientras tanto la guardia indígena acordona el lugar para hacer montones de comida. Yuca, zapallo, arroz, plátano, maíz, limones y banano componen cada montón. Hay una larga fila y cada persona llega con su bolsa para empacar la comida. Entre tanto los anfitriones comparten agua de panela con pan. Es una muestra de unidad de los pueblos. ”Tenemos que unir lo que el capitalismo a la fuerza quiere mantener separado”, es la voz de una mujer.

Los liberadores y liberadoras de la Madre Tierra no vienen a dar una limosna, llegan a invitar a liberar la Tierra desde cada rincón donde la gente se encuentre, vienen a decirles que sí es posible liberar la Tierra, porque debajo del cemento también hay tierra y porque debajo de la tierra hay  alimento.

“Estamos aquí para contarles que estamos liberando la Madre Tierra para sembrar comida; la gente que nos recibió son personas muy sencillas. Esta marcha me hizo pensar que a nosotros en el campo se nos pudren los bananos y los limones y aquí la gente tiene poco para comer, porque lo tienen que comprar. La gente aquí en Agua Blanca se pelea los zapallos y las yucas. Pero a todos les vamos a dar, veo a toda la  gente muy contenta  por este compartir”. Asegura un liberador, con una sonrisa grande en su rostro.

Se siente la unión, solo abrazos, lágrimas y sonrisas en los rostros invaden este momento histórico. “Estoy emocionada viendo esta repartición de la comida que llega desde el Cauca, desde tierras liberadas”, dice una compañera docente universitaria de la ciudad.

“Aquí no estamos mirando color, raza ni partidos políticos, solo venimos a animarlos para que generen propuestas de siembras en los espacios urbanos” dijo una liberadora emocionada.

Segundo día, sábado 24 de marzo

El día llega, una mañana lluviosa abriga la resistencia. La Marcha sigue, las chivas cubiertas de comida esperan pacientemente a la gente que se trepa a los techos de los carros; más gente se une a la caravana. Ahora la Marcha de la comida se dispone a salir hacia la zona de ladera de la ciudad de Cali.

La caravana cruza la ciudad hasta llegar a la organización comunitaria Ecolprovys, organización liderada por 50 familias que vienen generando procesos de autonomía alimentaria desde hace 13 años; ellos y ellas en un territorio prestado siembran comida y rescatan las semillas nativas y criollas.

“A través de una cartografía social, identificamos el problema de hambruna de la gente de la comuna 18 de la ladera de Cali, nos dimos cuentas que no tenían para comer, que su alimentación no era una alimentación que los nutriera y los vitalizara. Entonces decidimos sembrar comida, porque no basta solo con quejarnos ante el Estado, sabemos que es necesario, pero no lo único y tenemos la capacidad como comunidades organizadas de ejercer auto gobiernos y de construir propuestas autónomas independientes, y decir cuando nos digan que los sectores populares debemos alimentarnos a punta de frutiño, arroz y huevo, pues les decimos que no, porque aquí hay procesos de hombres, mujeres y familias que empezamos a sembrar”, son las palabras de una de las mujeres de esta organización.

cuando nos digan que los sectores populares debemos alimentarnos a punta de frutiño, arroz y huevo, pues les decimos que no, porque aquí hay procesos de hombres, mujeres y familias que empezamos a sembrar

Hacia Alto Nápoles

Foto: Colombia Plural

Rumbo a Alto Nápoles, la Marcha arrima a Cecucol, una organización popular de la comuna 18. Para llegar, los y las marchantes caminan por calles de la comuna ante los ojos curiosos de la gente. “¿Quiénes son?”, se preguntan los rostros desde las casas y andenes. “Esta es la Marcha de la comida, esta es la liberación de la Madre Tierra”, grita un megáfono. En Cecucol los cantos y las danzas saludan a los y las marchantes. A las 11 de la mañana una rica mazamorra es la más tierna caricia. Gracias, Cecucol.

Por angostas y empinadas calles la Marcha camina hacia lo alto. Gritos a viva voz y por megáfono saludan a los y las habitantes de la ladera. En lo alto de la ciudad, el cemento se come la montaña, las viviendas desde lejos parecen pesebres y las calles pendientes unen a las comunidades de Alto Nápoles con la planicie de la ciudad.

En una selva de cemento que impone el modelo de ciudad vive una comunidad indígena nasa; llegaron hasta aquí desplazados de su tierra. Aquí en las laderas intentan fortalecer su lengua el nasa yuwe, sus danzas, su gobierno propio y su historia.

Ellos y ellas también se juntaron a la Marcha de la comida, unieron su resistencia al llamado que hace Uma Kiwe. “En esta marcha nos sentimos vivos por un momento”. Ellos como todos los que forjan iniciativas de vida en la ciudad se rehúsan a perder la esperanza. Un plato de mote y un vaso de limonada son entregados mano a mano a una fila de por lo menos 200 metros.

Una chiva de comida se descarga en el centro del auditorio. A su alrededor las organizaciones participantes dan su saludo, el cabildo de Alto Nápoles aprovecha para hacer recuento de su historia y la liberación de la Madre Tierra toma la palabra para convocar al segundo encuentro internacional de liberadoras y liberadores de la Madre Tierra: será del 28 de junio al 1 de julio.

El cansancio se dibuja en los rostros de las y los marchantes. Hay despedida, se quedan todos los parches de la ciudad. Las liberadoras y liberadores regresan a casa. Besos, abrazos, sonrisas se comparten más que correos y celulares. A este punto el corazón rebosa de sentimientos. ¿Termina la Marcha de la comida?

Cabildo indígena de Pance

La Marcha no termina. La caravana de seis chivas toma destino hacia Pance. Una porción de revuelto ha sido guardada. Allí, a orillas de un río aún con vida y con el sabor y aroma de un tinto el cabildo indígena nasa de Pance nos recibe. Muchos hombros descargan el revuelto que queda. La gente del cabildo lo recibe colmada de alegría.

Parece que ahora sí la Marcha de la comida ha llegado a su fin. ¿Será?

El camino continua porque hay mucho por liberar, mucho por cosechar y mucho por compartir. Hombres, mujeres, jóvenes y niños retornan a sus montañas con cansancio, sí, pero también con dignidad y alegría.

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